Explicar de antemano las
reglas y expectativas.
Cuando Dios liberó a su pueblo Israel de Egipto,
lo primero que hizo era darles los Diez
Mandamientos (Ex.20:1-17) y varias otras leyes.
La disciplina verdadera nunca es arbitraria o
caprichosa, sino se basa en reglas claras.
Tenemos que aclarar primero qué es permitido y
qué es prohibido.
Es un principio de la justicia, que nadie puede
ser castigado por algo que la ley no prohíbe.
Tenemos que aplicar este mismo principio en
nuestras familias y en nuestros grupos de niños.
Primero se debe establecer una "ley", y
los niños deben entenderla.
Para esto, los padres (resp. los responsables del
grupo) tienen que ponerse de acuerdo primeramente
acerca de lo que se permite y lo que no se
permite. Por ejemplo: ¿Es permitido jugar en el
cuarto de papá y mamá? - ¿Es permitido salir
al baño mientras leemos la Biblia? - ¿Tienen
los niños un tiempo fijo para jugar, o pueden
jugar en cualquier hora que desean? - ¿Es
permitido comer pan fuera de las horas de comida?
- ¿Es permitido traer juguetes a la reunión? -
¿Es permitido salir de la casa sin avisar a
nadie? - etc.
La Biblia no contiene ninguna ley acerca de estos
asuntos. Como padres y líderes espirituales,
tenemos que conversar juntos y establecer estas
reglas. Aquí también, cada familia y cada
iglesia tendrá su propio criterio. Pero una vez
definidas, estas reglas ya no deben cambiar.
(Excepto si fuera indicado por un cambio
significativo en las circunstancias; por ejemplo
que los niños han crecido, tienen más madurez y
ya no necesitan las mismas reglas como cuando
eran pequeños.) Los niños necesitan este marco
de seguridad.
Con niños pequeños, los padres tendrán que
fijar estas reglas con anticipación. Cuando los
niños son más grandes - y aun más cuando son
adolescentes - será mejor incluirlos a ellos
mismos y permitirles expresar sus opiniones en el
proceso de fijar las reglas.
Tenemos que cumplir nuestras
propias reglas.
Dios también cumple Sus propias leyes
(Núm.23:19). Si exigimos, por ejemplo, que los
niños se laven las manos antes de comer, no
podemos nosotros mismos comer con las manos
sucias. - También, nuestras reglas que
establecemos, deben estar de acuerdo con la
Palabra de Dios.
Estar al lado del niño y
entrenar el comportamiento deseado.
Dios no solo nos enseña, sino nos
"encamina" (Is.48:17), o sea, nos
acompaña en el camino. De la misma manera
debemos acompañar al niño y ayudarle a
comprender y aplicar las reglas establecidas. Sus
progresos pueden ser premiados para animarlo a
seguir adelante.
Especialmente si hemos dado una nueva
responsabilidad a los niños (p.ej. que arreglen
su cama después de levantarse), ellos necesitan
nuestra ayuda durante los primeros días o
semanas, hasta que sepan hacerlo ellos mismos.
Si el niño falla por no
comprender la regla: volver a explicar y
entrenar.
Al inicio puede haber malentendidos, o el niño
dificulta en acostumbrarse a una nueva regla.
Esto todavía no es una razón para
"disciplinarlo".
Si el niño desobedece:
amonestarlo y advertir que habrá una
consecuencia.
Dios advierte a su pueblo acerca de las
consecuencias de la desobediencia (Dtn.28; 1
Sam.12:25). Una vez que el niño ha comprendido
las reglas, tenemos que advertirlo que si
desobedece, tendrá que sufrir consecuencias.
Si el niño no hace caso:
Llevar a cabo la consecuencia y explicar por qué
lo hacemos.
Cuando el pueblo de Dios no hacía caso a las
advertencias, Dios tuvo que llevar a cabo el
juicio que había anunciado (1 Sam.15:23,
16:1-14).
El castigo no debe excluir
nuestro amor por el niño.
Lea Salmo 89:30-34.
¿Qué hará Dios cuando Su pueblo desobedezca a
Sus mandamientos?
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¿Qué cosas no hará Dios, aunque tenga
que castigar a Su pueblo?
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- Después de un castigo hay que conversar con el
niño, perdonarle, asegurarlo de nuestro amor, y
ya no traer el asunto a la memoria (Mi.7:18,
Sal.103:12-13).
Pautas para entrenar al niño a cumplir las reglas:
- Asegurar que el niño comprenda lo que
se espera de él.
- No establecer demasiadas reglas a la vez. Las reglas
deben ser pocas, sensatas, y de acuerdo a la palabra de
Dios. En muchas áreas de la vida diaria podemos dar
libertad. (Por ejemplo en la elección de los juguetes
del niño, mientras no sean juguetes que lleven a la
violencia, a la inmoralidad o al ocultismo.)
- No exigir cosas imposibles (tomar en cuenta las
capacidades del niño según su edad).
- Al principio, supervisar constantemente los progresos
del niño; alabarlo y quizás premiarlo si hace bien;
corregir con amor (Prov.16:6).
Consecuencias y castigos:
- Deben ser relacionados con la
transgresión. (P.ej. el niño que juega en el barro
aunque le fue prohibido, debe lavar su ropa; el niño que
rompió un vidrio, debe hacer algún trabajo para ganarse
una propina y poder comprar un vidrio nuevo; etc.)
- Deben ser justos. (No tratar la misma
transgresión una vez con ligereza y la otra vez con
severidad; no favorecer a ciertos niños.)
- Deben llevarse a cabo según fueron anunciados. "Por
cuanto no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra,
el corazón de los hijos de los hombres está en ellos
dispuesto para hacer el mal"(Ecl.8:11). Por
eso, nunca debemos anunciar un castigo a la ligera, ni
amenazar al niño con algo que en realidad no queremos
hacer.
- No deben basarse en nuestras emociones. Si el
motivo para renegar y "castigar" es nuestra ira
y el deseo de vengarnos, entonces nosotros mismos nos
rebajamos al nivel del niño. El castigo debe servir para
el bien del niño (Hebr.12:9-11). No debe obedecer
"porque papá se va a enojar", sino porque lo
amamos y queremos enseñarle a vivir según los
mandamientos de Dios.
- ¡El castigo no es un método para enseñar! El
niño aprende en primer lugar por medio de nuestro
ejemplo, por la instrucción, por su práctica, y por las
consecuencias naturales de sus errores. Entonces, con una
buena disciplina en este sentido, habrá muy poca
necesidad de castigos.
Un buen número de padres son muy
permisivos con sus niños pequeños, y les permiten toda
clase de desobediencia, diciendo: "El todavía no
entiende." Pero cuando los niños son más grandes,
intentan controlarlos cada vez más, pierden la paciencia
con ellos, e intentan corregirlos con castigos físicos
aun hasta la adolescencia. ¡Esto es todo al revés! -
Normalmente es a la edad de dos a tres años, cuando los
niños empiezan a desafiar conscientemente la autoridad
de los padres. Es a esta edad que necesitan ser
corregidos de manera consecuente, y necesitan entender
que "la ley vale". En cambio, cuando ya se
acercan a la adolescencia, es necesario darles razones
por qué exigimos lo que exigimos, respetar la opinión
de ellos, y estar más dispuestos a negociar soluciones
aceptables para todos, en vez de solamente imponer. Los
niños pequeños necesitan aprender a obedecer; pero los
niños mayores y los adolescentes necesitan aprender a
razonar, a formar una opinión propia y a hacer
decisiones por sí mismos. (Vea "La adolescencia".)
La meta de una buena disciplina es la disciplina propia:
que el niño aprenda a "disciplinarse a sí
mismo" y a elegir lo bueno y rechazar lo malo por
sí mismo; que así sea más y más independiente de la
influencia de otras personas. Por eso, el control y la
corrección de parte de los padres debe disminuir, no
aumentar, a medida que el niño crece.
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