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Parábolas

Contenido:

El camino a la otra orilla (La conversión)

Los falsificadores (Lo falso y lo verdadero)

La búsqueda del Monte del Señor (La iglesia)

El candidato (Los institutos bíblicos)

Una mera formalidad (Iglesia y estado)

La reconquista del barco (La iglesia)

El mundo después, o: La perfecta justicia de Dios

La pequeña ovejita que oía al Pastor


El camino a la otra orilla

(Nota: Esta es la descripción de un sueño que tuve a la edad de 18 años. En aquel tiempo yo me reunía con un grupo cristiano y pensaba que era cristiano. Este sueño fue parte de una cadena de sucesos que Dios usó para mostrarme que en realidad yo no era cristiano, y para enseñarme cuál era el camino para llegar al lado de Jesús.)

Por un buen tiempo yo estaba ya caminando al borde de esta quebrada honda. Se podían ver unos acantilados empinados un poco más abajo del camino, pero no dejaron ver toda la profundidad de la quebrada. Yo me di cuenta de que me encontraba en el lado equivocado. Tuve que llegar a la otra orilla, ¿pero cómo? No había camino, ni puente, solamente estos acantilados imposibles de atravesar. Pude ver muy bien el otro lado, rebosando de vida, tan cerca parecía, pero tan lejos para llegar...

Volteé por la ladera del cerro, y entonces vi el puente. En realidad no era un puente, solamente era una construcción de elementos de madera sueltos, parecidos a sillas vacías puestas una dentro de otra, o una encima de otra, formando así un arco audaz suspendido en el aire y extendiéndose hacia la otra orilla. Al subir por este arco, tenía que agarrarme con las manos de los bordes, y por entre mis pies veía el abismo, cada vez más hondo a medida que avanzaba; porque no había tablas donde pisar, toda la construcción era solamente un armazón vacío.

Al avanzar de esta manera peligrosa, recordé como en mis juegos de niño yo había construído toda clase de castillos, barcos, puentes, y otras cosas más, de sillas y bancas puestas una sobre otra. De hecho, este puente se parecía exactamente a una de aquellas construcciones mías. ¿Será que yo mismo en algún momento construí este puente?, me pregunté. Seguramente, debía haber sido yo, porque este era mi propósito: llegar a la otra orilla, sea como sea. Y así me había atrevido a intentar lo imposible para un hombre.

Me estaba acercando más a la mitad del arco, su punto más alto. Tuve que ir gateando ahora y agarrándome fuertemente con las manos, porque ya no había nada más arriba donde cogerme. Por abajo pude ver por fin hasta el fondo de la quebrada. Era todavía más honda de lo que había pensado: cientos y cientos de metros, quizás mil metros, de acantilado tras acantilado descendían casi verticalmente hacia abajo. Al fondo corría un río salvaje que echaba espuma saltando sobre las rocas, su agua de un color celeste blanquecino, ahora que el cielo despejado se reflejaba en él. La vista me hizo marear, pero tuve que avanzar.

En este momento sucedió algo más adelante de mí, no vi qué era exactamente: ¿había una piedra caído sobre el puente desde la nada? ¿o se había chocado un pajarito volando con él? Fuera lo que fuera, hizo que se soltase uno de los elementos de madera, y éste cayó hacia abajo, ganando velocidad y haciéndose cada vez más pequeño, hasta que ya no pude distinguirlo. Pero entonces el siguiente elemento, que había perdido parte de su soporte, también se soltó y cayó ... y así sucesivamente, hacia ambos lados, se desprendió pedazo tras pedazo y cayó a este abismo insondable.

Solo pude mirarlo, incapaz de moverme o de hacer alguna otra cosa. Esta misma construcción que yo pensaba que me iba a llevar a la vida, ¡ahora iba a ser mi muerte!

Entonces me llegó a mí. Se cayó la madera que me sostenía, y yo también caí abajo, pasando con una velocidad espantosa por el lado de los acantilados interminables. Vi acercarse desde abajo las olas salvajes y la espuma del río. Y más rápidamente de lo que pude pensarlo, me encontré dentro de estas aguas turbulentas y me hundí, más y más abajo todavía.

Hacia el fondo del río, la corriente era más tranquila. Cuando ya me encontraba en estas aguas silenciosas de la profundidad, fue como si me despertase de un sueño, asombrado de que todavía estaba con vida. Parecía que podía ver exactamente la forma como corrían las aguas, y supe que solo me faltaba dar un solo empujón - no hacia arriba, sino más abajo todavía -, e iba a entrar a la corriente del fondo que finalmente me llevaría a la superficie nuevamente.

Así lo hice, y efectivamente fui llevado por una corriente poderosa que me llevó hacia arriba y me dejó sobre la arena de la orilla. El río se veía diferente ahora: ya no botaba espuma, sino que fluía ancho y majestuosamente, pero siempre con mucha fuerza.

Me di cuenta de que me encontraba en la otra orilla: en el lugar donde había querido llegar. Mis propios intentos para llegar allí no habían resultado; pero una vez que había muerto todo lo que yo era y todo lo que yo podía hacer, fui llevado allí milagrosamente. Justo en el lugar donde me encontraba, pude ver el comienzo de un camino que llevaba arriba por la cuesta de este lado. Feliz de haber encontrado esta vida, comencé a subir por este camino. Pero ya no fui yo quien caminaba; porque yo ahora fui otro.


Los falsificadores

Todavía recuerdo la primera vez en mi vida que reflexioné conscientemente acerca del dinero. Eso fue poco después de haber aprendido a leer. Yo pregunté a mi madre:

- Mamá, ¿qué significa eso que está escrito en nuestras monedas: 'Para la mayor honra del Reino'?

- Esto significa que todo lo que hacemos con nuestro dinero, debemos hacerlo para engrandecer y mejorar el Reino. Que los ciudadanos del Reino tengan una mayor calidad de vida, y que la gente de afuera del Reino hable bien de él.

- Pero ¿dónde o qué es este Reino?

- ¿El Reino? - Pero si es aquí mismo donde vivimos. Nuestra pequeña ciudad pertenece al Reino, y las personas que viven aquí.

Eso no lo entendí muy bien, porque no pude ver ninguna diferencia particular entre nuestra pequeña ciudad y otras partes del mundo. Tal vez eso fue porque en ese entonces yo todavía no conocía muchas otras partes del mundo. Pero de alguna manera debo haber expresado mis dudas ante mi mamá, porque recuerdo que en otra oportunidad ella dijo:

- El Reino se puede ver solamente con los ojos de la fe. Simplemente tienes que aceptar por fe que eres un ciudadano del Reino.

En otra ocasión hablamos acerca del dinero falso. Yo poseía entonces una tienda para jugar, que incluía unas pequeñas monedas y billetes.

- Mamá, ¿no puedo también con este dinero de mi tienda ir a comprar en la tienda grande?

- No, eso no se puede, eso no es dinero verdadero.

- ¿No? Pero también está escrito encima: 'Para la mayor honra del Reino', como en las monedas verdaderas.

- Sí, pero no son verdaderas, eso lo puede ver cualquiera. Son más pequeñas y de un material más barato, y en los billetes está escrito: 'Sin valor'.

- Pero el vendedor podría ser amable conmigo y aun así venderme algo por este dinero.

- ¡Ni lo intentes! Eso sería falsificación. Es prohibido usar algún dinero distinto del verdadero. A los que hacen eso, les hacen juicio.

- ¿Pero por qué? ¿Quién ha mandado que el uno es dinero verdadero y el otro no?

- El dinero verdadero es el que aceptan los comerciantes. Tiene valor porque los comerciantes lo reconocen y lo cambian por productos.

- ¿Entonces son los comerciantes los que mandan acerca del dinero?

- No exactamente, pero algo tienen que ver con ello. Y por supuesto el Intendente de la Moneda. Tan exactamente no lo sé tampoco.

Al Intendente de la Moneda lo conocía desde lejos, de las asambleas semanales en el Templo de la Moneda. Allí, él - o uno de sus funcionarios - solía hablar de asuntos sumamente importantes. Por ejemplo acerca del uso correcto y la distribución correcta del dinero; o acerca de lo que significaba "la mayor honra del Reino". Esas asambleas eran muy solemnes, porque todo el mundo estaba consciente de su deber de aumentar la honra del Reino.

Así crecí, alcancé la edad adulta, y aprendí una profesión, para ganar mi dinero de manera honesta.

* * * * *

Un día comenzó un rumor de que en una provincia vecina habían aparecido unos falsificadores de dinero, y que había que estar atentos: - ¡Miren bien todos los billetes y monedas, si son verdaderos!

Entonces fui testigo de una escena extraña en la tienda de un comerciante. Un hombre al que no había visto nunca antes, quiso pagar sus compras, pero fue rechazado:

- Pero este dinero es falso, ¿no lo puede ver?

- Este es el dinero verdadero del Rey -, insistió el hombre. - Tengo el derecho de pagar con esto.

- No, este no es nuestro dinero del Reino -, respondió el comerciante. - Mire aquí, ésta es una moneda verdadera.

- Esta puede ser vuestra propia moneda provincial -, replicó el cliente, - pero le aseguro que no sería reconocida en los negocios del Rey. Allí vale solamente el dinero del Rey.

- No sé quién es usted y de dónde viene -, contestó el comerciante, - solamente sé que nunca en mi vida he visto una moneda como la que usted tiene aquí. Con esta no puede comprar nada aquí.

- Bien -, dijo el extraño, - entonces haré mis compras en otro lugar. Pero le aseguro que el Rey no se alegrará cuando se entere de este asunto.

- ¡No podrá hacer compras en ningún lugar con esta moneda! - gritó el comerciante detrás de él, mientras el extraño salió de la tienda.

Obviamente este no era un caso aislado. Con el tiempo, efectivamente comenzaron a circular algunas de estas monedas extrañas. Parece que algunos hombres de negocio se habían dejado convencer de aceptarlas. Un día llegué a ver una. Tenía el mismo tamaño como las verdaderas; pero aparte de eso era muy diferente. No mostraba el retrato de ningún personaje famoso; solamente una corona. Y no estaba escrito encima: "Para la mayor honra del Reino"; solamente dijo: "El Rey".
Me extrañé de que los falsificadores actuaran de una manera tan torpe. Si yo hubiera sido un falsificador, yo me hubiera esforzado para imitar el dinero verdadero de la manera más exacta posible. Pero acuñar unas monedas completamente diferentes, y entonces intentar convencer a la gente que las acepten - ¿qué estrategia extraña era esa?

Por supuesto, el Intendente de la Moneda escuchó del asunto. En una de las asambleas siguientes, él pronunció una advertencia seria:

- Nos hemos enterado de que unos falsificadores se han introducido en nuestra ciudad. Naturalmente, la mayoría de los ciudadanos rectos resistieron decididamente a este atentado contra nuestra integridad. Sin embargo, tenemos indicios de que algunas personas fueron víctimas de esta estafa; y que algunos incluso participan en ella conscientemente.
Por tanto, le informamos que usted puede ser acusado de falsificación, no solamente si usted fabrica dinero falso, sino también si usted a sabiendas lo difunde o lo recibe. Si usted acepta dinero falso, usted provee una ganancia deshonesta a un estafador o a su cómplice, y así usted disminuye la honra del Reino. Tomaremos medidas en contra, y hacemos un llamado a cada ciudadano a que denuncie a todo aquel que posee, ofrece o recibe dinero falso, aunque sea en la privacidad de su hogar.

Ahora que el peligro había sido declarado públicamente, parecía vencido por algún tiempo. Pero al mismo tiempo, los habitantes de nuestra pequeña ciudad comenzaron a desconfiar los unos de los otros cada vez más. Todos se observaron mutuamente como halcones al manejar dinero. Algunos intentaron incluso abrir a escondidas las billeteras de otras personas para mirar adentro. Todos los negociantes rebuscaron ansiosamente sus reservas de dinero, volteando tres veces cada moneda y cada billete, para asegurarse de que no había ningún dinero falso allí, y que no estaban en peligro de ser acusados inadvertidamente. Se pronunciaron sospechas, y amistades se deshicieron.

A pesar de todas las medidas de seguridad, el dinero falso seguía extendiéndose. Se formaron grupos de negociantes que acordaron mutuamente reconocer y aceptar el "dinero del Rey" los unos de los otros. Aunque inicialmente intentaron mantener estas operaciones en secreto, con el tiempo se llegó a saber, y algunos de estos grupos crecieron más rápidamente de lo que se podían contrarrestar. Algunos de sus miembros dejaron de participar en las asambleas en el Templo de la Moneda. En cambio, parece que comenzaron a tener reuniones en sus propias casas.
Algunos de sus representantes se atrevieron a decir en público que el dinero falso era legítimo, y que el Intendente de la Moneda nos había engañado a todos. Algunos discutían el tema ardientemente. Se escucharon incluso rumores diciendo que algunos seguidores radicales de tales grupos habían comenzado a rechazar el dinero verdadero del Reino. ¿Habrían logrado los falsificadores dividir nuestra comunidad lugareña establecida? Era innegable que la crisis de fe y de confianza se agudizaba.

En una asamblea posterior, se presentó la moción de que se enviase una delegación a la capital para informar al Rey acerca de los sucesos, y para pedir órdenes de Su Majestad en persona. Pero un comerciante influencial se pronunció en contra:

- Es de conocimiento general - dijo, aunque yo en particular no lo sabía, - que el tiempo de Su Majestad es muy limitado, y que raras veces está dispuesto a recibir una delegación de una provincia alejada. Solamente perderíamos nuestro tiempo. Además tenemos aquí nuestra propia justicia reglamentaria, la cual está en toda la capacidad de resolver este problema. ¿O está planeando usted - (aquí se dirigió directamente y de manera desafiante al ciudadano que había presentado la moción) - desautorizar la justicia local instituida ordenadamente?

- No, no, de ninguna manera -, respondió éste un poco avergonzado. - Solamente pensé que con una orden directa del Rey tendríamos una mayor seguridad jurídica, y ...

- ¿Y quién va a pagar eso? - le interrumpió otro comerciante. - Como todo el mundo sabe, exactamente por causa de estas falsificaciones estamos actualmente luchando con una crisis monetaria aguda. - (Yo no sabía eso; pero parece que a menudo yo no estaba informado de todo.) - Una tal delegación causaría unos gastos de viaje inmensos; y ni hablar del alto costo de la vida en la capital. En estas circunstancias, nuestra caja municipal no puede de ninguna manera financiar una empresa tan costosa.

En un rincón, tres señores se pusieron de pie. Los reconocí como participantes activos en algunas asambleas anteriores. Dijeron:

- Nosotros estamos dispuestos a pagar el viaje y la estadía de la delegación íntegramente.

Por todas partes del gran auditorio se escucharon murmullos de admiración. Entonces el Intendente de la Moneda tomó la palabra:

- La nueva Ley contra la Corrupción prohíbe explícitamente que una comisión que trata asuntos estatales, reciba financiamiento privado. No quiero escuchar más votos destinados a inducir esta asamblea a hacer decisiones en contra de la ley.

Los argumentos de los comerciantes habían sido contundentes. En la votación, la moción fue rechazada con 1753 contra 168 votos, con 674 abstenciones. Nuestro gobierno municipal tendría que seguir luchando a solas contra la crisis.

* * * * *

Debe haber sido alrededor de ese tiempo, que Aquilas me invitó a cenar en su casa. El era un viejo amigo; pero en los últimos años nos habíamos visto con muy poca frecuencia. Algunos otros invitados estaban también presentes.

Llegamos a conversar de unos casos judiciales recientes, que habían causado malestar en una parte de la población. Por ejemplo, el conocido estafador Z. había sido declarado inocente, porque las pruebas se consideraron insuficientes. "Mi hermano se presentó como testigo", dijo uno de los invitados, "pero su interrogatorio fue postergado cada vez, hasta que ya no hubo tiempo." - "Dicen que Z. es buen amigo con el Intendente de la Moneda", dijo otro. "Esto explica mucho."
Por otro lado, el escritor A. había sido sentenciado drásticamente por difamación, aunque no se le pudo comprobar ninguna falsedad. El se había atrevido a reproducir en un folleto los argumentos de un grupo de negociantes que aceptaron el dinero falso. Uno de ellos había calculado las pérdidas que cada ciudadano sufría a causa de la desvaloración continua del dinero del reino. A causa de este cálculo, el gobierno municipal y el Intendente de la Moneda habían perdido algo de su favor ante el público. Entonces el juez aplicó contra A. un artículo oscuro de la ley, según el cual "bajo ciertas circunstancias" se hacía culpable de difamación no solamente el que difunde falsedades, sino también el que dice la verdad, si sus declaraciones "obedecen a la intención de perjudicar a terceros en sus intereses materiales o morales".

Entre los presentes se encontraba un caballero canoso, circunspecto, que hizo varias preguntas. Concluí que él venía de otro lugar y todavía no conocía bien la actualidad de nuestra ciudad. Al parecer, las respuestas le convencieron de que en los casos mencionados (como en algunos otros) se había torcido el derecho. Además se mostró asombrado de que las víctimas de una injusticia no tenían ninguna posibilidad de apelar a una instancia superior, excepto si emprendieron el costoso viaje a la capital para presentar su caso directamente al rey.
Entonces preguntó:

- ¿Estamos de acuerdo en que el Rey es justo?

- Por supuesto -, respondieron los presentes.

- ¿Y que la justicia es un principio de su reino?

- También.

- Entonces, si en cierto lugar no reina la justicia, ¿no debemos concluir de ello que este lugar no pertenece al reino?

Hubo un silencio avergonzado. Nos costó procesar mentalmente lo que acabó de decir.

Después de unos minutos prosiguió el caballero:

- He conocido otras ciudades y provincias que también pretendían pertenecer al reino, pero que no vivían según los principios del Rey. Una de estas ciudades violaba la hospitalidad, despachando diariamente a la puesta del sol a todos los extraños afuera de sus puertas. Otra de ellas contrató a unos profesores y eruditos, específicamente para depurar de los dichos publicados del Rey todos los que consideraban 'obsoletos', y para 'modernizar' el contenido de los que quedaron. Si algún día estos lugares experimentaran alguna emergencia, ¿creen que el Rey les enviará ayuda?

Todavía nadie respondió.

- Supongo que me encuentro aquí entre personas que se sienten responsables hacia el Rey. Por tanto deseo que ustedes, los aquí presentes, entiendan lo grave de la situación. Cada uno de nosotros tendrá que decidir si se somete al Rey, o a alguna otra persona. Pronto cada uno de nosotros podría enfrentar una situación donde le ordenan algo que contradice las órdenes del Rey. Entonces tenemos que saber en cuál lado nos encontramos. ¿Seremos entonces fieles al Rey? ¿Aun cuando él se encuentra lejos, y estamos intimidados por la presencia de los gobernantes con las órdenes contradictorias?

Algunos de los presentes asintieron con sus cabezas.

- De otro modo, ¿cómo podríamos decir que somos el reino, si no hacemos la voluntad del Rey ni recibimos lo que viene de él?

Me sentí inclinado a darle la razón. Pero de repente me vino el pensamiento: "¡El habla contra el gobierno de nuestra propia ciudad! ¡El quiere incitarnos en contra de ellos! Quizás es incluso uno de los falsificadores. Enseguida va a decir que debemos recibir el dinero falso."
¿Era mi deber denunciarlo? Pero él no mencionó el dinero falso. Yo no podría probar nada, porque él no tenía dinero consigo; o si lo tenía, no lo dejó ver.

Muy tarde, cuando los demás ya se habían ido, me quedé conversando con Aquilas antes de irme:

- ¿Quién es ese caballero que habló tanto de 'lo grave de nuestra situación'?

Aquilas respondió - un poco evasivo, como me pareció:

- Un visitante esporádico.
Después añadió, un poco más bajo: - Es sabio. Dicen que llegó a conocer al Rey personalmente. Me ha abierto los ojos acerca de muchas cosas.

- ¿Acaso crees en esas habladurías revolucionarias?

- ¿Revolucionario? Concuerda con lo que el mismo Rey dice.

- Según sé, el Rey dijo que debemos obedecer a los gobiernos municipales y provinciales.

- ¿Sabes qué? La próxima vez que me visitas, vamos a leer juntos lo que el Rey realmente dijo.

Pero yo no estaba tan seguro si realmente deseaba volver a visitar a Aquilas. Las conversaciones de aquella noche me habían dejado bastante confundido. Y de todos modos - cada uno podía interpretar los dichos del Rey a su antojo. El, sin duda, era muy sabio; pero a veces se expresaba de una manera bastante oscura. Yo había escuchado decir también que algunos de sus dichos hayan sido fuertemente editados y alterados por algunas personas de su corte, antes de su publicación.

Después de todo esto me sentí aliviado cuando, unas semanas después en el Templo de la Moneda, el Intendente de la Moneda tocó un tema que habló exactamente a mi inseguridad:

- Hay unos murmuradores eternos que viajan de ciudad en ciudad, y en cada una tienen algo que criticar. Una ciudad les parece demasiado sucia; en otra no les gusta la comida; y en la tercera llueve demasiado. Pero tenemos que contentarnos con la realidad: somos humanos imperfectos en un mundo imperfecto.
Estaríamos mejor si estos murmuradores nos ayudaran tan solo la mitad de lo que hablan. ¿Dónde estaban ellos, cuando nosotros nos sacrificamos para construir nuestro edificio municipal y nuestro Templo de la Moneda?

El auditorio se llenó de aplausos. Los seguidores personales del Intendente estaban sentados en los lugares estratégicos y sabían exactamente cuando se esperaba un aplauso. - El Intendente prosiguió:

- Pero lo peor es que ellos hablan en contra del Reino. Si los gobernantes de una ciudad no gobiernan exactamente como ellos imaginan, ellos expulsarían esa ciudad del Reino si pudieran. Hacen exigencias que ellos mismos no pueden cumplir. No quieren reconocer a ninguna ciudad que no satisface perfectamente estas exigencias. Les digo: Si usted alguna vez encuentra una ciudad tan perfecta, ¡no se traslade allí! Con su propia presencia, usted destruiría la perfección de aquella ciudad.

Aplausos nuevamente.

- Un tipo muy similar son los que se aíslan y dicen: Yo creo en el rey, pero no creo en el Reino. A ellos tengo que decir muy claramente: No pueden tener al rey sin el Reino. El Reino es la expresión de la voluntad del rey. ¡No existe lealtad hacia el rey, independientemente de la lealtad hacia el Reino! (Aplausos.)
Por tanto, hago un llamado solemne a todos ustedes: ¡Renueva su lealtad hacia nuestro gobierno municipal! No se deje seducir por los rebeldes que menosprecian la honra del Reino.
Aun donde el Reino esté equivocado y sus representantes actúen de una manera que a usted le parezca injusta, aun allí tenemos que someternos. Es más agradable al rey, ser leal al Reino y a sus representantes, que intentar obedecer al rey por iniciativa propia, independientemente del Reino.

Después de esta conferencia, mi mundo interior estaba nuevamente en orden. Sentí el efecto tranquilizante de confiar en nuestro gobierno municipal. Solamente varios años después empecé a cuestionar la lógica del argumento: ¿podría realmente la obediencia hacia el Rey ser contraria a los intereses del Reino?

Algún tiempo después me encontré inesperadamente con aquel extraño que había estado en la casa de Aquilas en aquella noche. Las circunstancias exactas de ese encuentro no importan ahora. El me reconoció. Después de unos comentarios introductorios me preguntó directamente:

- ¿Y cuál es tu actitud hacia el Rey?

- Yo sirvo a la mayor honra del Reino -, respondí con toda naturalidad.

- ¿Pero cuál es tu actitud hacia el Rey?

- Supongo que acabo de aclarar eso. Soy fiel a su Reino.

- Seguramente recuerdas que en aquella noche hablábamos de que la gente abusa de la palabra 'Reino' para muchos propósitos. Desde entonces, ¿has pensado y decidido qué exactamente entiendes con 'reino'?

- Pues, en primer lugar mi ciudad, porque aquí es donde vivo. Pero en un sentido más amplio, todo lo que pertenece al rey es el Reino.

- Esta es exactamente mi preocupación: ¿hasta dónde pertenece esta ciudad realmente al Rey? Tú seguramente sabes bastante de lo que pasa aquí. ¿Alguna vez pensaste con cuál lado te identificarías en el caso de un conflicto?

Sentí volver la misma sensación de confusión como en aquella noche donde Aquilas. Pero entretanto yo había aprendido como responder a un tal murmurador y posible falsificador (porque como tal tenía que considerarlo):

- No existe lealtad hacia el rey, independientemente de la lealtad hacia el Reino.

No esperé la respuesta que recibí:

- ¿Y qué piensas que es el reino? ¿Quién manda acerca de lo que debe suceder en el reino, y cómo se deben gobernar las ciudades, y cómo deben vivir sus ciudadanos? ¿Acaso no el Rey? No existe reino independientemente de la obediencia hacia el Rey.

Me quedé anonadado. Después de unos momentos de silencio respondí:

- ¿Y acaso no somos obedientes al Rey?

- En cuanto a ti personalmente, no puedo juzgar sobre eso. ¿Cuál es el mandato del Rey para ti?

Nuevamente me quedé en silencio. Por fin dije:

- Para ser sincero, nunca recibí un mandato directamente del Rey. ¿No sería prepotencia, esperar algo así? Tenemos aquí a nuestros gobernantes de la ciudad. Ellos representan al Reino y nos dan mandatos. Yo sigo sus mandatos, entonces sigo la voluntad del Rey.

El extraño respondió:

- Sería prepotencia si tú quisieras mandar a otros lo que tú crees el mandato del Rey para ellos. Me parece que esto es exactamente lo que hacen los gobernantes de vuestra ciudad con ustedes. Pero preguntar por el mandato del Rey para ti mismo, eso es lo contrario de prepotencia: es humildad verdadera y obediencia verdadera. -

El se detuvo por unos momentos y me miró con unos ojos muy profundos. Después siguió: - Sabes, me simpatizas. Yo veo en ti que en el fondo tienes el deseo de ser un súbdito fiel del Rey. Solamente que todavía tienes unas ideas equivocadas de lo que eso significa. Por eso me atrevo a hablarte abiertamente.

- ¿Acerca de qué?

- Acerca del dinero falso, por supuesto. Quizás escuchaste que mis hermanos y yo, cuando hablamos en público, nos referimos a vuestro dinero como 'moneda provincial'. Hacemos eso solamente porque en la situación actual nos es imposible decir la verdad abiertamente. Pero de hecho y en realidad, vuestras monedas y vuestros billetes son falsificaciones ilegales, fabricados por una asociación de comerciantes que están en rebeldía contra el Rey. Lo que hacemos nosotros, es solamente un intento de volver a introducir el dinero legítimo del Rey entre aquellos que todavía tienen la honradez suficiente para reconocerlo.

Sus palabras tuvieron el efecto de un golpe en la cara. ¡Qué mentira más atrevida! Yo nunca había escuchado que el Rey hubiera autorizado alguna otra moneda aparte de la que usábamos.
Y sin embargo - sus palabras irradiaban tanta seriedad y honestidad. Muy dentro de mí tuve que reconocer que tampoco había escuchado alguna vez que el Rey hubiera autorizado nuestra moneda. Empecé a reconocer ante mí mismo que yo sabía muy poco en absoluto acerca del Rey y de su voluntad. De todos modos, lo poco que yo sabía no era suficiente para responder a los argumentos de este extraño misterioso.

El prosiguió: - Ustedes, vuestros gobernantes, erigieron vuestro propio reino en contra del Reino del Rey; ustedes instituyeron vuestros propios gobernantes en contra de la voluntad del Rey; y ustedes crearon vuestra propia moneda, negando todo valor al dinero del Rey. Ustedes dieron más importancia a la honra de vuestro propio reino, que a la voluntad del Rey.
Ahora, seguramente piensas que quiero incitarte a la rebelión. Nada más lejos que eso. Muy al contrario. Supongo que no conociste el gobierno anterior de esta ciudad, y por tanto creías toda tu vida en la legitimidad del gobierno actual. Pero te aseguro una cosa: Algún día, el Fiscal Real llegará a esta ciudad, y entonces hará juicio a vuestros gobernantes como rebeldes.
El único propósito de mi presencia aquí es llamarles a volver bajo la voluntad del Rey - o sea, a aquellos entre ustedes que todavía están en condiciones de poder volver.

Estuve demasiado agitado para poder responder. Mil pensamientos daban vuelta en mi cabeza. Mis emociones luchaban dentro de mí. Por un lado, sentí una gran ira por las insinuaciones de este extraño. No era posible que durante toda mi vida yo haya sido víctima de un engaño. Yo era un hombre adulto en su sano juicio. Yo había participado en las asambleas como ciudadano maduro. Yo conocía a los gobernantes de la ciudad, y sus intenciones honrosas de aumentar la honra del Reino.
Y por el otro lado, una sospecha creciente de que el extraño podría tener la razón. Yo nunca había viajado muy lejos de mi ciudad natal. No conocía la capital, ni al Rey. ¿Cuántas cosas existirían a lo largo y lo ancho de su Reino, que yo ignoraba? ¿Podría este extraño saber algo de lo que nunca me habían hablado? ¿Debía mi ira dirigirse más contra mí mismo que contra él, porque yo había creído ciegamente todo lo que me habían dicho en mi ciudad?

El extraño se despidió y me dejó solo con mi conmoción interior. Decidí hacer todo para descubrir la verdad.

Pero apenas comenzadas, mis investigaciones llegaron a un fin súbito. En la ciudad se anunció que los cabecillas de la banda de falsificadores habían sido ubicados y detenidos. En la mañana siguiente serían ejecutados en la Plaza de Armas.

¿¿Ejecutados?? - Yo no había esperado eso. La mañana siguiente me fui a la entrada de la plaza. No tenía ganas en absoluto de estar presente en una ejecución pública; pero tuve curiosidad por enterarme de la historia completa. Vi a los tres convictos parados al otro extremo de la plaza; entre ellos al extraño que me había hablado hace unos días.
En este momento vi a uno de los sirvientes del Intendente de la Moneda caminar cerca de mí entre la multitud de los espectadores. Me acerqué a él:

- Disculpe. ¿Por qué se ejecuta a esos hombres?

- ¿No lo sabe? Esos son los falsificadores que alborotan nuestra ciudad desde hace meses. Son traidores del Reino.

- Nunca escuché que la falsificación de dinero se castigue con pena de muerte.

- ¡Lo que hacen esos criminales es alta traición! Lo hacen de una manera sistemática para dividir el Reino. La gente que recibió su dinero ha expresado con ello su rebelión contra el Reino. ¡Se han vuelto sediciosos! ¡Han pisoteado la honra del Reino! Ellos ...

Él comenzó a loquearse. Lo interrumpí:

- Disculpe, pero ¿cuándo fue el proceso? En un caso de pena de muerte debe haber un proceso público, ¿verdad?

- ¿Qué? ¿¿Acaso quiere defender a esos canallas??

- No, eso no, solamente - pienso que toda condena debía ser legítima, y ...

- ¡¡Quítate de aquí, o te hago detener como cómplice!!

Asustado de esta reacción violenta, abandoné la plaza. Por un lado fue un alivio, no tener que estar presente en esta escena horrible.

* * * * *

Por supuesto, durante unos días la ejecución fue el tema de todas las conversaciones. Pero con el tiempo volvió la tranquilidad, y pronto la vida en la ciudad fue la misma como antes.

Pasaron unos tres años. Ya no se hablaba de los falsificadores. De los que se habían puesto de su lado, unos pocos habían confesado su transgresión, y después de pagar una multa fueron restituidos en sus anteriores posiciones honrosas. Los demás ya no fueron vistos; posiblemente se habían mudado a otra región.

Entonces, un día, repentinamente escuché los ruidos de una gran conmoción. Parecía ser en la Plaza de Armas. Curioso, me encaminé hacia allí. En el camino me encontré con muchas otras personas yendo en la misma dirección.

En el medio de la plaza, sobre un estrado, estaba parado un anunciador con un uniforme que lo identificaba como enviado del Rey. Tenía un documento con el sello real en su mano, y estaba rodeado por cuatro filas de soldados armados. Esto fue un suceso muy extraordinario. Desde que yo recordaba, nunca había llegado un enviado real a nuestra pequeña y alejada ciudad.

- El Rey ha decidido restablecer inmediatamente el orden en esta ciudad -, estaba diciendo. - El Fiscal Real ya está en camino acá.
El Intendente de la Moneda y el presidente de la Asociación de Comerciantes de esta ciudad han sido hallados culpables de haber incitado a sus sirvientes para asesinar a no menos que treinta y cinco enviados del Rey que intentaron llegar a este lugar durante los años pasados. Varios de los autores inmediatos de estos crímenes han confesado ante la Corte Real. Solamente con el apoyo de esta tropa especial - con eso señaló a los soldados - nos fue posible romper las fuerzas de esta conspiración, para poder hablarles hoy en esta plaza.
Los conspiradores han levantadado unas barreras de comunicación adicionales. Por tanto, no me extrañaría si la mayoría de ustedes ignoran que durante las décadas pasadas esta ciudad fue gobernada por una banda de conspiradores, quienes hace tiempo apostataron del Rey.
Además, los mencionados conspiradores calumniaron a los encargados de la Moneda del Rey como falsificadores, y los mataron en una ejecución extrajudicial. Por tanto serán llevados a su castigo merecido, tan pronto como las tropas reales los hayan ubicado. Sus ayudadores, como meros receptores de órdenes, recibirán todavía una oportunidad de arrepentirse en las cárceles reales.
El comandante de la tropa y mi persona les agradecemos de antemano por toda ayuda que nos brinden para la detención del Intendente de la Moneda y del presidente de la Asociación de Comerciantes. Cualquiera que conozca su paradero y lo calle, podrá ser acusado por encubrimiento.
El entero gobierno de la ciudad ha facilitado la conspiración, y es por tanto destituido con efecto inmediato. El Rey ha designado a un gobernador que asumirá la dirección de la ciudad tan pronto como sea posible. En esta tarea, el gobernador será ayudado por unos ciudadanos de esta ciudad, leales al Rey, quienes fueron identificados por los encargados de la Moneda del Rey. Ustedes seguramente los conocen, aunque actualmente viven en otra parte bajo la protección del Rey. Entretanto, esta tropa bajo su comandante mantendrá el orden.

Miré alrededor por la plaza. Efectivamente no pude ver al Intendente de la Moneda, ni al presidente de la Asociación de Comerciantes, ni a sus colaboradores más cercanos, ni a algún miembro del gobierno municipal. En los eventos oficiales, ellos estaban normalmente sentados en los asientos de honor bien visibles de una tribuna. Pero parece que habían fugado, tan pronto como se dieron cuenta de que ya no podían parar la entrada del enviado real a la ciudad.

* * * * *

El nuevo gobernador resultó ser un hombre muy acesible, y sobre todo recto y justo. Era muy dispuesto a escuchar toda clase de peticiones y sugerencias de la población. No se instituyó ninguna dictadura militar, como algunos habían temido.

Sin embargo, algunas cosas cambiaron. Se dejó de hablar de la "honra del reino"; pero tanto más se hablaba del Rey, de sus decisiones justas, y de lo que le agradaba. Entre los ciudadanos aumentaron la rectitud y la disposición de ayudarse mutuamente. Un número considerable de ladrones y estafadores restituyeron voluntariamente lo robado, con los intereses mandados por la ley, y fueron rehabilitados. Por el otro lado, varios ciudadanos influenciales y respetados fueron descubiertos como los engañadores egoístas que siempre habían sido, y con el tiempo perdieron toda su influencia.
Poca gente seguía asistiendo a las reuniones en el Templo de la Moneda. Los ex-funcionarios que habían quedado en la ciudad eran lejos de ser oradores impactantes como lo había sido el Intendente. Solamente pocos hacían caso a sus lamentos de que el nuevo gobierno, al reconocer el dinero del Rey, habría "rebajado la honra del Reino".
Varios comerciantes tuvieron que cerrar sus negocios. No porque alguien los hubiera obligado; pero sus negocios fracasaron. En muchos casos, la razón era sencillamente que seguían negándose a recibir dinero del Rey. También fue reportado que en algunos bancos, cierta cantidad de monedas se oxidaron de tal manera que se volvieron inutilizables, y que en una cantidad de billetes habían aparecido huecos de polilla que se agrandaron hasta que los billetes se deshicieron. No se habló mucho de ello; pero estos sucesos contribuyeron a que más personas estuvieran dispuestas a aceptar el dinero del Rey.
Los negociantes más influenciales ya no eran aquellos que se preocupaban mayormente por lo que la gente decía de ellos; sino aquellos que deseaban en primer lugar cumplir la justicia del Rey.

Con todos estos cambios, la confianza mutua de los ciudadanos aumentó continuamente y estaba ahora mucho mayor de lo que alguna vez había estado bajo el gobierno anterior. Un buen número de ciudadanos ya no cerraban sus casas con llave, porque casi ya no existían ladrones. Anteriormente, los contratos se celebraban en una ceremonia solemne donde se firmaban ante testigos y comprometiéndose todos con la honra del Reino. Ahora, casi nadie vio necesario un contrato escrito: la palabra dada y un apretón de manos eran suficiente.

En medio de todo esto me acordé de un dicho del Intendente de la Moneda: "Tenemos que contentarnos con la realidad: somos humanos imperfectos en un mundo imperfecto." En ese entonces, lo recibí como algo que se entiende por sí mismo. Pero ahora, viendo la nueva realidad de nuestra ciudad, descubrí lo que había detrás de aquel dicho: Era simplemente un pretexto para no tener que hacer la voluntad del Rey.
Sí, seguíamos siendo humanos imperfectos. Pero vivíamos ahora bajo un gobierno que ejercía justicia y caridad. Tan solamente este hecho contribuyó mucho para aumentar la justicia y el amor al prójimo entre todos los ciudadanos. Si alguna vez una "imperfección" llegaba a tomar la forma de injusticia, robo, violencia, o parecido, entonces el gobierno restablecía la justicia. Y en el caso de que algún gobernante iba a cometer una injusticia, cualquier ciudadano podía recurrir al enviado del Rey. - También el uso del dinero del Rey tiene que haber contribuido mucho a estos cambios, aunque todavía no pude explicar por qué.

Hubo varias sorpresas en ese tiempo. Cuando se hicieron trabajos de renovación en el edificio municipal, se descubrió en una pared de la entrada una inscripción y un gran sello real, que habían sido cubiertos con yeso y pintados encima. De la inscripción se desprendió que el Rey mismo había hecho construir no solamente el edificio municipal, sino grandes partes de nuestra ciudad, a sus propias expensas. Varios otros beneficios del Rey habían sido callados, y atribuidos al gobierno de la ciudad. El único edificio que realmente aquel gobierno había hecho construir, era el Templo de la Moneda - obligando a la población a unas faenas duras.

* * * * *

Un día, Aquilas cumplió su promesa indirecta de volver a invitarme. El era uno de los ciudadanos que habían desaparecido después de la ejecución de los encargados reales, y que habían regresado tres años después como ayudantes del gobernador. Me enteré de que él había pasado aquellos tres años enteros en los entornos cercanos del Rey, y era ahora un buen conocedor de la política del Rey. El me pudo explicar claramente las diferencias esenciales entre la política del gobierno anterior y la voluntad del Rey. Así empecé a comprender por qué "la justicia del Rey" era una descripción mucho mejor de su voluntad que "la honra del Reino".

El me enseñó también algunas cosas acerca del significado del dinero del Rey:

- Se llama "el dinero del Rey" porque es propiedad del Rey, en el sentido más literal de la palabra. Nadie lo puede poseer para sí mismo. El que tiene o usa dinero del Rey, expresa con ello que todo lo que tiene, y aun él mismo, pertenece al Rey. Por eso, con el dinero del Rey se pueden pagar solamente aquellos servicios que son hechos conformes a la voluntad del Rey; y no se puede hacer otra cosa con este dinero excepto lo que es agradable al Rey.
Incluso la palabra 'pagar' no es muy apropiada aquí. Sería más correcto hablar de 'regalar mutuamente', como también el Rey mismo en el principio nos ha regalado todo lo que somos y tenemos.

Hasta entonces yo no había entendido por qué yo podía efectuar ciertos negocios solamente con el antiguo dinero del reino, aunque yo ya había llegado a aceptar el dinero del Rey como legítimo. Con las explicaciones de Aquilas, esto se hizo claro ahora. - El prosiguió:

- Por eso, tampoco se pueden cobrar impuestos sobre el dinero del Rey. Para el Rey mismo, eso no tendría sentido porque él ya es el propietario de todo el dinero. Y si alguna instancia inferior del gobierno quisiera imponer tales impuestos, se haría culpable de usurpar los bienes del Rey. Solamente el Rey mismo tiene poder sobre lo que se debe hacer con su dinero.

Poco a poco empecé también a comprender algunas otras cosas. Ya bajo el gobierno anterior se había dicho con frecuencia que existía un uso apropiado y un uso inapropiado del dinero, y que teníamos que ser mayordomos responsables. Detrás de eso reconocí ahora la idea correcta de que el dinero debía usarse según la voluntad del Rey. Solamente que el gobierno anterior había torcido esta idea hasta rendirla irreconocible, ya que había puesto como norma "la honra del Reino" en vez de la voluntad del Rey. Por eso, bajo ese gobierno se consideraba legítimo mentir, engañar, oprimir y despojar a los pobres, cobrar impuestos arbitrarios, y otras cosas más, si tan solamente se podía fundamentar que eso de alguna manera contribuía a "la mayor honra del Reino". Con el dinero del Rey no se podía hacer nada de eso.

Era obvio que Aquilas entendía estos asuntos muy bien. Por eso me atreví a hacerle una pregunta que me inquietaba ya por un buen tiempo:

- ¿Por qué los encargados de la Moneda del Rey no se dieron a conocer abiertamente? ¿Por qué se han introducido de esta manera sigilosa? Así se han expuesto ellos mismos a toda clase de sospechas.

- Ellos portaban el dinero del Rey. ¿Eso no fue suficiente como legitimación?

- Pero nosotros no sabíamos que eso era el dinero verdadero. Durante toda nuestra vida, los gobernantes nos habían mentido.

- Entonces, ¿piensas que hubiéramos creído a los encargados del Rey si hubieran mostrado alguna legitimación adicional? ¿O si hubieran hecho un anuncio público en la plaza? Tan engañados como estábamos, ¿no los hubiéramos señalado aun más como traidores?

- Sin embargo, pienso que ellos como representantes del Reino - del Rey (me corregí) -, por lo menos debían haberse identificado abiertamente como tales.

- El reino no es algo que se puede ver con los ojos naturales. Solamente el que tiene ojos de la fe, puede verlo.

Esto me hizo recordar un dicho conocido desde mi niñez. Era muy parecido, y sin embargo algo era distinto. En ese momento entendí lo que significaba en realidad. Y entonces sucedió en mí el cambió más significativo de toda mi vida.
Renuncié a mi decisión pasada de considerarme "por fe" como un ciudadano del reino. O mejor dicho, reconocí que aquella decisión ya había sido revocada en mi corazón, ya que me fue revelado que en realidad yo todavía no era ningún súbdito fiel del Rey. Aun después del cambio de gobierno, yo había sido mas bien un mero espectador pasivo - y a veces sorprendido - de los cambios que habían sucedido en nuestra ciudad; pero hasta ese momento, mi interior todavía no había sido transformado por el cambio. Llegué a entender que todo lo que yo era, sabía y poseía, era gracias al Rey. El Rey merecía todo mi amor y toda mi fidelidad. A partir de aquel día comencé a obedecer al Rey de verdad.


La búsqueda del Monte del Señor

Hace pocos días yo había entrado por la Puerta Estrecha. Ahora me encontraba en el camino hacia el Monte Sión. Una densa neblina comenzó a envolver el paisaje. Puesto que nunca antes había caminado por este camino, me alegré cuando un guía de montaña me ofreció sus servicios. El me aseguró de que me iba a guiar por el mejor camino hacia la cima, y le pagué el precio acordado. El guía entonces comenzó a desenrollar una soga gruesa y me explicó como debía amarrarme con ella.
- "¿Para qué es esto?", pregunté.
- "Para tu seguridad. Es que hay unos abismos peligrosos al lado del camino."
Me amarré entonces con la soga, y el guía ató el otro extremo alrededor de su cuerpo.

Así caminamos, y pronto llegamos a un lugar donde el camino empezó a subir. No se podía ver mucho a causa de la neblina. De verdad, esta ladera del monte estaba bastante escarpada. Pero el camino era muy bueno, afirmado y cómodo para caminar, de manera que me pregunté por qué era necesaria la soga.

De repente vi que mi guía, que iba adelante, resbaló y se cayó al lado del camino, donde ya no le pude ver. Pero inmediatamente la soga con la que estaba atado empezó a arrastrarme a mí también hacia el abismo. Los dos nos rodamos sobre piedras y rocas, hasta que unos arbustos nos detuvieron. A duras penas pudimos subir nuevamente por este lugar resbaloso hasta volver al camino.

"Espero que no vuelvas a dar un mal paso", dijo el guía. "Me ha costado mucho esfuerzo traerte de regreso al camino."
- "No he dado ningún mal paso", respondí.
- "Claro", dijo él, "no te has fijado bien en el camino, de otro modo no nos hubiéramos caído." -
Parecía inútil razonar con él.

Seguimos subiendo, y la neblina empezó a disiparse un poco. Incluso se podía ver el sol, aunque no brillaba con toda su fuerza. Llegamos a un lugar plano donde había varias casas. Unas personas estaban paseando en el espacio libre entre las casas. El guía me hizo entrar a una de las casas y dijo:
- "Bienvenido a la casa del Señor."
Me extrañé un poco de este comentario, pero no dije nada. Había muchas otras personas en la casa. Todas estaban paradas, aunque había varias bancas para sentarse. Todas miraban en la misma dirección, aunque no había nada para ver allí. El guía se adelantó hacia el lugar adonde la gente miraba, lo que me obligaba a seguirle, puesto que yo seguía atado a la soga.
- "Pueden tomar asiento", dijo el guía.
Todos nos sentamos en las bancas. Entonces él empezó a hablar acerca de las subidas a las montañas, y acerca de la importancia de estar siempre amarrados a la soga, y de no dar ningún mal paso.
Cuando el guía había hablado por casi una hora, me atreví a decirle:
- "Disculpe, pero yo vine a este monte para encontrarme con el Señor y para ver el panorama que se tiene desde aquí."
- "No interrumpas", dijo el guía, "esta es la casa del Señor."
Tuve que esperar otra hora hasta que el guía terminó su discurso. Después se dirigió hacia la puerta de la casa, y la gente empezó a salir. Cuando pasé por su lado, él me dijo:
- "Ahora puedes pasear un poco por aquí."
Solamente que no pude ir lejos, porque seguí atado al guía con la soga, y él no se alejó de la puerta de la casa.

En un momento creí divisar entre la neblina una cumbre alta, a pocos kilómetros de distancia. Me fijé, y efectivamente se encontraba allí un cerro alto, brillando en la luz del sol que debía ser más clara en aquella altura. Esto me sorprendió, y me dirigí al guía:
- "Usted dijo que el Monte Sión es el monte más alto en toda esta región."
- "Esto es cierto."
- "¿Qué es entonces esta cumbre mucho más alta allí?"
- "¿Cuál cumbre?"
- "Allí", dije, y señalé con el dedo.
- "No hay nada allí", dijo el guía.
- "Pero yo veo una cumbre allí, mire bien."
- "No, no veo nada. Estarás viendo espejismos."

En este momento, el sol atravesó la neblina con unos rayos mucho más fuertes, y la silueta brillante de la cumbre alta se distinguía claramente ante el cielo que ahora era casi azul.
- "Mire usted", dije, "ahora se ve claramente."
- "Bueno, puede ser que haya algo allí, pero de verdad nunca antes he visto un cerro por allí."
- "Entonces usted me engañó. Yo le contraté a usted para guiarme al Monte Sión, el monte más alto de toda esta región. Usted me trajo al lugar equivocado."
- "¿Cómo me puedes decir tal cosa? Este es el Monte Sión, y es mi trabajo traer a la gente acá, y esto es lo que hice. Te he cuidado por todo el camino y te he traído acá con seguridad. Sin mi ayuda te hubieras caído al abismo."
- "Sea lo que sea este lugar, pero yo veo una cumbre más alta allí y quiero llegar allá."
- "Aun si realmente hubiera algo allí", dijo el guía, "seguramente sería imposible llegar allí."
- "Entonces le pido que me lleve de regreso a la Puerta Estrecha."
- "Lo siento, pero esto no es parte del contrato. Yo llevo a la gente solamente por el camino de subida."
- "Entonces iré solo."
- "¿Cómo puedes hacer tal cosa? Tú has visto cuan peligroso es el camino. Sin mi ayuda estarás completamente perdido."
- "Yo sé adonde quiero llegar, y si usted no quiere llevarme, tendré que ir solo. Por favor desáteme de esta soga."

Fue solo en este momento que me di cuenta de lo ridículo que era andar atado con una soga a otro hombre, en un lugar completamente plano e incluso mientras estuvimos dentro de la casa. Pero el guía respondió:
- "No, esto no puedo hacer de ninguna manera, sería completamente irresponsable. ¿No entendiste mi prédica? Nadie puede caminar por la montaña sin guía y sin soga. Si no te mantienes en este lugar y cerca de esta casa, te perderás." -
Empecé entonces a desatarme yo mismo, pero los nudos se habían cerrado tanto durante el camino que no pude abrirlos. Intenté pedir la ayuda de algunas de las otras personas alrededor, puesto que el guía no quiso ayudarme de ninguna manera. Primero nadie me hizo caso. Después de muchos intentos, encontré a alguien que estuvo dispuesto a prestarme un cuchillo, y con este corté los nudos.
Pero entonces el guía se enfureció:
- "¡Tú has malogrado mi soga! ¿Sabes cuanto cuesta una soga como esta? ¡Ahora mismo tienes que pagármela!"
Mucha gente empezó a rodearnos, y era obvio que no iban a dejarme ir sin pagar la soga. No quedó otro remedio que pagar. El guía me cobró hasta el último centavo que me quedaba.

Entonces busqué el camino de regreso. Pero para mi sorpresa, ese lado de la planicie estaba ahora cerrado con un muro alto. No había manera de volver al camino. La única salida era por el lado opuesto, en la dirección donde había visto la cumbre alta. La neblina se había vuelto más espesa, de manera que la cumbre estaba ahora invisible, pero todavía recordé la dirección. Para llegar, era necesario pasar nuevamente cerca de la casa donde estaba el guía. Pude escuchar como él advirtió a la gente alrededor de él, que no me siguieran y que evitaran todo contacto conmigo.

Atravesé la planicie, que era más amplia de lo que había pensado. Vi muchas casas diferentes, pero en todas parecían repetirse escenas similares como la que había presenciado al inicio. Y a menudo pude ver a guías que llevaban a una persona, o a varias, atadas con una soga. Les daban instrucciones similares como las que yo había oído. Algunos guías incluso advirtieron a la gente que ni siquiera se acercasen a alguna otra casa, aparte de la suya, porque las otras casas eran peligrosas. Intenté hablar con algunas personas, pero al parecer ni podían verme. Solamente seguían a sus guías.

Por fin llegué al comienzo de la bajada. Este lado del monte era igual de escarpado como el otro lado; pero no había camino, de manera que el descenso fue difícil. Algunas veces me resbalé, y empecé a preguntarme si debía haber hecho caso al guía. De verdad podía ser peligroso caminar por aquí. Pero entonces recordé como el guía se había caído y después me había culpado a mí. Decidí que era más seguro caminar sin guía que con él.

De repente, el extraño aspecto de la roca me llamó la atención. La tierra, las piedras sueltas y la arena no tenían nada de especial, pero la roca que sobresalía en algunos lugares, no se parecía a ningún mineral conocido. Curioso, empecé a golpearla con una piedra para examinarla. Cuando se rompió una parte, reconocí lo que era: ¡Cemento! - Seguí bajando, y por todas partes hice la misma observación. Este monte no consistía de roca natural. Era un monte completamente artificial, edificado - en un trabajo gigantesco seguramente - de cemento mezclado con algunos componentes naturales.

Por fin llegué al pie del monte. Ahora, ¿por dónde? Aquí abajo, la niebla era tan densa que ni siquiera se podía adivinar la posición del sol. Yo no tenía brújula. ¿Cómo iba a encontrar la dirección correcta? Nuevamente empecé a dudar de mi decisión de aventurarme a este lugar desconocido, sin guía, sin seguridad, y ahora también sin dinero. Me senté sobre un árbol caído y exclamé:
- "Oh Señor, ¡solamente quiero encontrarme contigo! Pero parece que me he perdido en este lugar." -

No sé cuánto tiempo me quedé sentado allí, cuando de repente vi aparecer a través de la neblina nuevamente aquella cumbre brillante que había visto antes. Sí, allí estaba, ahora se veía más claramente. Solamente que desde aquí parecía mucho más alta y lejana. ¡Qué extraño que se podía ver esta cumbre a través de la niebla, cuando ni siquiera se podia ver el sol!

Comencé a caminar en dirección de la cumbre. Tuve que atravesar un matorral enredado y lleno de espinas, un pantano, varios ríos y riachuelos, y un sinnúmero de otros obstáculos. Pero siempre cuando estaba al punto de rendirme, volvió a aparecer la cumbre brillante. Después de poco más de dos horas, llegué a algo que parecía un camino. Era muy angosto, lleno de piedras, y a veces cubierto con pasto y hierbas, como si por muchos años nadie hubiera caminado por aquí. No se podía comparar con el camino seguro y bien mantenido que llevaba al monte de cemento. Pero sin duda era un camino, y llevaba en dirección hacia la cumbre.

Me pregunté si este camino venía desde la Puerta Estrecha; y si era así, por qué no lo había visto. Pero después recordé que apenas había aparecido la neblina, yo había seguido al guía, y desde entonces no me había fijado en otros caminos. Nuevamente me sentí molesto con el guía y su engaño. Pero entonces fue como si una voz me hablara con una de las palabras del Maestro: "Yo soy el buen pastor. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen."

¿Cómo podía haberme olvidado? El Maestro me había dicho que siguiera a El. No a un hombre, no a un guía, sino a El. Era mi propia culpa haber seguido a aquel guía. Por tanto, era obvio que no podía encontrar al Señor en el lugar adonde me había llevado el guía. Se me ocurrió también que el guía, aunque no era del todo honesto, quizás no estaba engañando a la gente conscientemente. Quizás él creía sinceramente que aquel era el verdadero Monte Sión.

Me arrodillé allí mismo en el camino pedregoso, y me arrepentí y pedí perdón al Maestro por no haber escuchado Su voz.

Inmediatamente sentí una gran certeza de que me encontraba en el camino correcto. También me di cuenta de que el camino ya había estado subiendo por un buen rato, y que los rayos del sol ya estaban atravesando nuevamente la neblina. Seguí subiendo, y aunque este monte era aun más escarpado que el otro, y el camino más angosto y difícil, ya no tuve miedo de caerme.

Unos minutos más, y la neblina desapareció por completo. Delante de mí se encontraba la alta cumbre resplandeciente, brillando en la luz del sol, su silueta majestuosa claramente cortada ante el cielo azul. Todavía quedaba una larga subida por delante, pero el camino era más agradable ahora a la plena luz del sol.

Poco después alcancé a otro viajero que estaba subiendo por el mismo camino. Era ya anciano y se veía un poco cansado.
- "¿Adónde va?", le pregunté.
- "Al Monte Sión."
- "¿Entonces este es el verdadero Monte Sión?"
- "Claro que sí, ¿cómo puedes dudarlo? Si estás aquí, es porque el Maestro te trajo. No hay ninguna otra manera de encontrar este camino. Pero seguramente fuiste engañado por el monte falso."
- "Sí, y por un guía falso también, por mi imprudencia. ¿Usted sabe de esto?"
- "Sí, yo también me he desviado por allí una vez."
- "¿Y también pasó por todo este terreno salvaje entre los dos montes?"

- "Peor, mi hermano, aun peor. Cuando me di cuenta de que no pude encontrar al Señor en el monte falso, decidí que todo lo que había escuchado acerca del Monte Sión eran nada más que cuentos y engaños. Entonces bajé del monte, busqué la Puerta Estrecha y volví a salir por ella."
- "¡Pero entonces te perdiste por completo!"
- "Asi pareció. Inmediatamente me encontré en las tinieblas más oscuras que te puedes imaginar. Empecé a olvidar todo lo que el Maestro me había dicho alguna vez. Pero aunque no lo creas, aun allí me sentí más libre que en el monte falso. Así viví en aquellas tinieblas por muchos años.
Un día llegó a mi casa un pariente lejano que había viajado mucho. Empezó a contarme cosas del Monte Sión. Inmediatamente le interrumpi: - 'No me hables de esto. He estado allí, y he visto que es solo un gran engaño.' - Pero él me pidió que le contase mis experiencias. Entonces le conté todo lo que me había pasado en ese lugar donde te atan con sogas. El me respondió: - 'Ese no es el Monte Sión. Yo he estado en el monte verdadero, y te aseguro que el amor del Señor es real allí.' - Yo no quise creerle, pero había algo en su personalidad que no me permitió olvidarlo. Sus últimas palabras a mí fueron: - 'Si alguna vez te decidas ir al monte verdadero, busca al Maestro. Yo no puedo guiarte, pero el Maestro no rechaza a nadie que le busque de todo corazón.'"

- "¿Y entonces te fuiste a buscar este camino?"
- "Demoré muchos meses en decidirme. Solamente cuando llegó un día en que la oscuridad se me hizo insoportable, emprendí el camino. Y entonces se levantó una verdadera guerra contra mí. Tengo unos amigos que viven en el monte falso y se sienten muy bien allí, y ellos insistieron en volver a guiarme allí. Algunos incluso quisieron llevarme a la fuerza. Otros me dijeron: 'Tú has negado al Maestro, le has abandonado, ahora no podrás volver a entrar por la puerta nunca más. El no te va a recibir.'"
- "¿Y cómo, hermano", pregunté, "lograste entonces encontrar este camino?"
- El anciano sonrió: "Hice lo que me había aconsejado mi pariente: Busqué al Maestro. Y El me hizo ver que yo no le había rechazado a El, puesto que nunca le había conocido de verdad. Lo que yo había rechazado, era solamente una falsificación de Su santo monte. Una vez que entendí esto, me fue muy fácil entrar nuevamente por la Puerta Estrecha y encontrar este camino. El no me ha rechazado, tal como prometió."
Después su expresión se volvió seria.
- "Pero hay muchos otros que fueron engañados y decepcionados de la misma manera, y todavía viven en la misma oscuridad y no quieren saber nada del Maestro. Oh, ¡si ellos tan solamente pudieran ver este lugar maravilloso!"

Sin darnos cuenta, durante nuestra conversación animada ya habíamos llegado muy cerca a la cumbre. El sol ya estaba pronto a ocultarse bajo el horizonte, pero la cumbre del monte seguía brillando con el mismo resplandor, y me parecía que aun nosotros mismos estábamos resplandeciendo. En la cumbre pude distinguir a otros seres resplandecientes, unidos en una armonía feliz. Y allí delante de nosotros estaba parado el Señor, listo para recibirnos en Su amor indecible.


El candidato

Nabal estuvo sentado como todos los días en su oficina de dirección del Instituto Bíblico, cuando se presentó un nuevo candidato para el estudio. Tenía el aspecto de un campesino, o de un artesano sencillo. Esto no era nada fuera de lo común, puesto que aquel instituto se encontraba en una zona rural, y con frecuencia se presentaban cristianos del campo. Solamente que ellos a menudo no tenían el nivel educativo necesario para los estudios.

El candidato trajo su formulario de inscripción llenado, pero ningún otro documento. Esto, por supuesto, no creó ninguna impresión favorable.
- "Su constancia de estudios, por favor", dijo Nabal.
Su respuesta le causó sorpresa. No se hubiera sorprendido si él hubiera dicho que no había concluído la escuela; pero él preguntó:
- "¿Qué es esto?"
- "¿Cómo? Usted se presenta aquí para estudiar, ¿y ni siquiera sabe qué es una constancia de estudios? ¿Siquiera ha asistido a alguna escuela?"
- "Sí, en mi pueblo. Pero por favor, dígame usted qué es una constancia de estudios."
Nabal se molestó un poco por su insistencia, pero decidió tener paciencia con él.
- "Es un documento que testifica que usted ha concluído satisfactoriamente sus estudios en su escuela o colegio; o en caso de no haber concluído, que certifica los años y las asignaturas que usted ha cursado. Debería haber pedido este documento de su colegio, antes de presentarse aquí."

El candidato pareció pasar por alto el último comentario. En lugar de ello, preguntó:
- "¿Entonces este no es un lugar de preparación para el servicio de Dios?"
- "Claro que lo es. Exactamente por esta razón deseamos que los estudiantes lleguen con los documentos requeridos, para que todo se haga en orden y como para el Señor."
- "¿Y una constancia de estudios le convencería a usted de que yo soy un siervo de Dios?"
Ahora sí, Nabal tuvo que contenerse mucho para no perder la paciencia ante estas preguntas impertinentes.
- "No le corresponde a usted criticar los criterios que aplicamos para la evaluación de nuestros estudiantes. Nosotros sabemos cómo mantener la calidad de nuestra institución. Muéstreme su carta de recomendación pastoral."

Nabal se llevó otra sorpresa cuando el candidato respondió:
- "Mi padre Dios es el que me recomienda."
- "¿Quiere decir que no trajo ninguna carta pastoral?"
- "Yo no recibo recomendaciones de hombres. ¿Cómo pueden ustedes creer, que reciben recomendaciones los unos de los otros, pero no buscan la recomendación que viene de Dios?"
Esta vez, Nabal no pudo evitar un tono molesto en su voz al responder:
- "Con esta actitud crítica usted nunca tendrá éxito en el ministerio. Todavía ni siquiera ha sido aceptado como estudiante, y ya intenta juzgar nuestra espiritualidad."
- "Por sus frutos seréis reconocidos", respondió él sencillamente.
Este comentario hizo recordar penosamente a Nabal la noticia que había leído hace poco, de que uno de sus graduados había sido hallado culpable de haber violado a una niña de su congregación. Antes de esto, había sucedido un caso de fraude y de malversación de fondos en su propio instituto, que Nabal había intentado arreglar tan silenciosamente como posible. Pero ¿acaso era asunto de este extraño cuestionarle?

Nabal decidió darle una última oportunidad, y preguntó:
- "¿Tiene usted alguna experiencia ministerial?"
- "Empecé a predicar hace tres años."
- "¿Entonces seguramente la iglesia de usted podrá testificar de la calidad de su predicación?"
- "No pienso que lo harían. Para decir la verdad, se molestaron mucho de lo que les dije; aun más de lo que usted se está molestando en este mismo momento. No quisieron que yo volviese a predicar allí."
Ante este atrevimiento, Nabal se quedó mudo por algunos momentos. Después preguntó:
- "Entonces, después de que su iglesia le rechazó, ¿qué hizo?"
- "Fui a predicar a otros lugares."
- "Ajá. Usted es un rebelde que se está pasando de iglesia en iglesia, estorbando la paz de los hermanos, y para evitar ser disciplinado en una iglesia, simplemente se pasa a otra. Lo siento mucho, pero para esta clase de gente no tenemos lugar en nuestra institución."

- "Verdad dice usted, aunque no se da cuenta de ello. Vine a los míos, pero los míos no me recibieron. Usted que estudia la Biblia, debería entender mejor lo que sucede con aquellos que no me reciben. Me despido entonces de usted y de esta institución."
Con estas palabras, el extraño se volteó y se fue.
¿Brillaron de verdad unas lágrimas en sus ojos mientras dijo las últimas palabras? Y Nabal no pudo evitar la sensación extraña de que estas lágrimas no se debían al rechazo que el extraño sentía, sino a una pena profunda e inexplicable por Nabal mismo.

Solo unos minutos después, Nabal se dio cuenta de que ni siquiera había preguntado al candidato por su nombre. Pero al despedirse, éste había dejado su formulario de inscripción sobre el escritorio. Nabal se puso a averiguar sus datos personales.
Nombre: Jesús. - Apellido: Bar-José. - Domicilio: Nazaret.
Nabal sintió unos escalofríos por todo su cuerpo. Quiso salir corriendo para alcanzar al candidato misterioso, pero éste ya no estuvo a la vista. Los ojos de Nabal se abrieron a la terrible verdad: Al descalificarle a Él, en realidad se había descalificado a sí mismo, y a toda la institución que representaba. Habían perdido Su presencia, quizás para siempre.


Una mera formalidad

"A medida que el cristianismo adquirió autonomía, tropezó con dos graves dificultades: no estar reconocido como 'religión lícita', ... y negarse sus fieles a sumarse al culto al emperador, una mera formalidad más cívica que religiosa, por considerarla idolatría. La negativa a reconocer el orden constituido ... desencadenó varias persecuciones..."
(De un libro de historia, acerca de los cristianos en el Imperio Romano.)

Lo siguiente es una historia ficticia, pero con antecedentes reales en la antigua Unión Soviética, en China, y en otros países.

Claudio se sintió orgulloso del anuncio que pudo dar a su congregación este domingo:
"El gobierno ha aprobado la Ley de Igualdad Religiosa. Desde ahora seremos una religión reconocida por el Estado. Tendremos los mismos privilegios como la iglesia católica romana. Ya no nos podrán tratar como 'secta', y ya no tendremos que pagar impuestos por nuestras construcciones."
- No les dijo que esta nueva ley le iba a dar también unas ventajas importantes a él mismo: Tampoco iba a tener que declarar sus ingresos personales a la Oficina de Impuestos; e iba a viajar a medio precio en los medios de transporte público, un beneficio importante para alguien que viajaba con tanta frecuencia como él.

Por tanto, Claudio se esmeró en cumplir lo más pronto posible con los trámites para la registración de su congregación. Se presentó en el despacho del Director Regional de Asuntos Religiosos con los documentos requeridos, entre los que figuraban un plano exacto de su local de reunión, una lista con los nombres y direcciones de todos los miembros, y varios otros. Pagó también sus derechos de registración. A cambio, el secretario del director le alcanzó un formulario:
- "Esta es su declaración de lealtad hacia el Estado. Una mera formalidad. Firme aquí en la línea punteada."
- Claudio firmó, después de haber dado una ojeada a algunos de los artículos impresos en letra pequeña. Más tarde se recordó solamente de dos de ellos, que decían:
- "El ministro religioso se compromete a ser leal al Estado, colaborando con los funcionarios del Ministerio de Asuntos Religiosos en todos sus deberes."
- "El ministro religioso se abstendrá de interferir con las funciones del gobierno del Estado, y de comentar sobre asuntos controvertidos de la política del Estado."
No pensó más sobre ello. Era una mera formalidad.
- El secretario le dijo: "Le felicito. Son ustedes ahora una institución religiosa reconocida por el Estado. La próxima semana podrá Ud. recoger su certificado de registración." Y le recordó: "No se olvide de traernos anualmente la lista actualizada de sus miembros."

Así disfrutaron Claudio y su congregación de sus nuevos privilegios. Al cabo del año, Claudio volvió a presentarse en la Dirección Regional de Asuntos Religiosos, con la lista actualizada de sus miembros. El secretario la revisó superficialmente, después preguntó:
- "Dígame, ¿cuáles de estas personas son los más activos? ¿Los más fervientes en la oración, y los que evangelizan más?"
- Claudio se sorprendió por un instante, y esto por dos razones. Una, porque no había pensado que este funcionario del Estado estuviera tan interesado en la salud espiritual de su congregación. Y segundo, porque estas no eran exactamente los detalles en los que él mismo se había fijado a lo largo del año. Tuvo que pensarlo por un rato, y después señaló tres nombres en la lista: Teófilo E, Timoteo D, y Fermín J.

Unos meses más tarde, Timoteo D. se acercó a Claudio, bastante preocupado:
- "Hace unos días me visitó un agente de la policía. De alguna manera se había enterado de que yo reúno de vez en cuando a unos compañeros de trabajo en mi casa, para leer la Biblia y orar con ellos. El policía me dijo que yo no podía llevar estas reuniones religiosas informales, puesto que no soy un ministro religioso registrado. Dígame, ¿qué tiene la policía que ver en esto? ¿y cómo podré entonces hacer para alcanzar a mis compañeros con el evangelio?"
- Claudio lo pensó por un momento. Después respondió con lo que le pareció el mejor consejo: "Bueno, Ud. sabe que tenemos que estar sujetos a la autoridad, como dice Pablo en Romanos 13. De todos modos debería haber Ud. coordinado esas reuniones más estrechamente conmigo. Le recomiendo que deje de hacer esas reuniones, y en lugar de ello traiga a sus compañeros a nuestro servicio dominical."
- "Pero ellos no se sienten bien en una iglesia. ¿No podría Ud. venir a mi casa y hacerse cargo de una reunión, una vez a la semana?"
- "Lo siento, pero mi agenda ya está repleta. De todos modos, si ellos no se sienten bien en una iglesia, supongo que no tendrán mucho interés en el evangelio."
- "Pero pastor, si Ud. los conociera ... ¡están tan hambrientos por la Palabra de Dios!"
- Pero Claudio sabía lo que era su deber ciudadano. Y también conocía su agenda. No podía permitir irregularidades.

Cierto tiempo después, Claudio se encontró con su colega Simón. Este le dijo: "¿Sabiás que el gobierno va a anular el Concordato con el Vaticano?"
- "Ah, qué bueno. Por fin los católicos van a perder sus privilegios injustos."
- "Sí, es cierto. Pero recordarás que bajo la Ley de Igualdad Religiosa, nosotros ya tenemos los mismos privilegios como la iglesia católica."
- "Ah, se me olvidó. Pero ahora, de todas maneras la iglesia católica ya no tendrá ningún privilegio."
- "Este es exactamente el problema que yo veo."
- "¿Cómo? ¿Quieres decir que ...?" - Claudio se quedó callado, pensando en lo que esto podría posiblemente significar para su propia congregación.

En un día soleado de septiembre, apareció esta noticia en todos los diarios grandes:

"MEDIDA VALIENTE DEL GOBIERNO PONE FIN A LA PRIVATIZACIÓN DE LA RELIGIÓN.
Por fin, el Estado se encarga de poner orden en la situación caótica de las instituciones religiosas, en conformidad con la Convención Internacional de Libertad Religiosa. Con el Decreto Presidencial emitido el lunes pasado, todos los ministros religiosos recibirán la categoría de funcionarios del Estado, y todos los inmuebles de las instituciones religiosas pasarán al patrimonio del Estado. El Ministerio de Asuntos Religiosos adoptará medidas para que ninguna institución religiosa permanezca en la informalidad."

"Bueno", pensó Claudio, "esto por lo menos pondrá fin a la actitud rebelde de esos de la Iglesia Cristiana Libre." - Hace tiempo ya, Claudio había sentido cierta envidia hacia aquella congregación no registrada, que se reunía a solamente doscientos metros de su templo. Habían comenzado hace pocos años como una reunión informal en una casa privada; pero juzgando desde el ruido que hacían y el número de personas que entraban y salían, ahora ya debía tener más de lo doble de los miembros de la congregación de Claudio. Y parecían no estar interesados en los privilegios que el Estado les ofrecía, a cambio de una mera formalidad.

Efectivamente, dos semanas más tarde durante el servicio dominical se escuchó un tumulto en la calle, e incluso unos disparos. Después se enteraron de que la policía había dispersado la reunión de la Iglesia Cristiana Libre y había cerrado el local donde se reunían. Todavía no había noticias acerca de sus líderes. Claudio se sintió satisfecho, aunque un poco preocupado por los disparos. Pero pensó: "¿Por qué habrán ofrecido resistencia contra la policía? Deberían saber que un cristiano se somete a la autoridad del Estado."

El mismo, en cambio, recibía ahora un salario fijo del Estado. Cierto, como funcionario estatal que él era ahora, ya no podía aceptar ofrendas y regalos personales de su congregación. Pero ¿qué importaba esto, si el Estado le aseguraba su situación financiera?

Algún tiempo después, la esposa de Timoteo D. llegó a la casa de Claudio, llorando. "Mi esposo ha desaparecido. Anteayer se fue al trabajo como siempre, pero no volvió, y nadie lo ha visto."
- "Avisó Ud. a la policia?"
- "Sí, pero hasta ahora no pueden decirme nada de él. Solamente que uno de ellos insinuó que Timoteo podría haber estado enredado en actividades ilegales. No puedo imaginarme nada así de mi esposo, pero me preocupa..."
Los días pasaron sin noticias acerca de Timoteo. Lo único que Claudio pudo averiguar, era que Timoteo no había hecho caso a su consejo anterior. Había seguido reuniendo a compañeros de trabajo en su hogar, y estas reuniones habían aun crecido en número y en frecuencia.

Cierto domingo, Claudio tuvo el siguiente anuncio que hacer: "Por Decreto Presidencial, desde ahora, todos los actos religiosos tienen que comenzar y concluir con el saludo obligatorio al Presidente de la Nación. Es una mera formalidad cívica, en la que participaremos todos como buenos ciudadanos."
Con esto, Claudio se arrodilló ante la bandera que adornaba el auditorio, levantó las manos hacia arriba y gritó: "¡Gloria a nuestro Presidente!" - Toda la congregación se arrodilló con él y repitió la aclamación: "¡Gloria a nuestro Presidente!"
- Para ser exacto, no toda la congregación. De reojo, Claudio pudo ver que al lado derecho, unas cinco personas permanecían de pie y callados; entre ellos Teófilo E. y Fermín J. Por supuesto que él tenía que reportarlos. Una mera formalidad.

Desde entonces, todos los servicios dominicales comenzaron y terminaron con este acto cívico. Solamente con un pequeño cambio insignificante, que después de un tiempo la bandera fue remplazada por una imagen del Presidente. Las pocas personas que habían permanecido de pie durante este acto, dejaron de venir, y nadie preguntó por ellos.

Un domingo, al salir de la puerta después del servicio, dos policías le esperaban a Claudio. "¿Podría hacernos el favor de acompañarnos? Tenemos que hacerle algunas preguntas." - "Por supuesto, claro que sí". - Y Claudio les siguió a la comisaría, donde uno de los oficiales le dijo:
- "Hemos escuchado que Ud. sigue llevando clases de instrucción religiosa para menores de edad. También hemos observado en su reunión dominical la presencia de menores de edad. ¿Qué nos dice Ud. acerca de esta conducta suya?"
- "Siempre hacemos esto, la iglesia está abierta para todos, ¿por qué?"
- "¿Y esto es todo lo que tiene para decirnos?"
- "Bueno, y que el Señor Jesús dijo: 'Dejad a los niños venir a mí.'"
- "Esto no viene al caso; se trata aquí de las leyes del Estado. Seguramente Ud. conoce el Reglamento para Funcionarios Religiosos", y el oficial señaló un volumen grueso echado sobre su escritorio.
- "Lo he leído, pero no lo poseo yo mismo", dijo Claudio.
- "Entonces le aconsejo que lo adquiera lo más pronto posible y que se familiarice con su contenido. Instruir a menores de edad es una interferencia inexcusable con el dominio del Ministerio de Educación. Esta es una grave conducta irregular de parte de un funcionario religioso, y puede ser penado con hasta quince años de cárcel o de trabajo forzado."
- Viendo la cara asustada de Claudio, el segundo oficial presente intervino: "Puesto que Ud, señor Claudio, tiene hasta ahora un registro impecable y se trata de la primera transgresión de su parte, Ud. puede todavía salirse con una multa. Pero le advierto que si reincide, el caso se llevará irremisiblemente ante el juzgado. Y seguramente comprenderá Ud, que a cambio tendrá que colaborarnos, dándonos información pertinente acerca de las actividades privadas y de las opiniones políticas de los miembros de su congregación. Una mera formalidad."

Claudio, contento con que la justicia se había mostrado misericordiosa con él, prometió cumplir con todo, y se fue a pagar su multa y a comprar su Reglamento. Durante el tiempo que seguía, algunas veces la desaparición misteriosa de un miembro de su congregación le causaba profunda preocupación; especialmente cuando se daba cuenta de que se trataba de alguien acerca de quien había dado información a la policía. Pero inmediatamente se tranquilizaba con el consuelo de que él estaba cumpliendo fielmente con su deber como ciudadano y cristiano.


La reconquista del barco

Por Bryan Hupperts. - El original inglés fue publicado en http://www.sheeptrax.com.

Soñé que me econtraba a bordo de un barco a vapor lujoso, el buen barco Cristiandad, que curiosamente era un barco de guerra remodelado. El barco cruzaba alegremente por un perezoso océano azul. Los prospectos de viaje habían prometido cielos despejados, un tiempo maravilloso, entretenimiento alegre con algunos de los mayores conferencistas y cantantes de nuestros tiempos, y banquete tras banquete de una gran variedad de manjares del mundo entero.

Por alguna razón extraña yo tenía la impresión de que esto debía ser un viaje familiar; pero los más ricos estaban alojados en el piso de más arriba, en las suites más lujosas, bastante aislados y protegidos de los demás de nosotros, que teníamos nuestros cuartos en los diversos pisos del barcos, cada uno según su rango de importancia y riqueza. De alguna manera esto no parecía correcto.

Aparte de esta inquietud creciente de que algo no estaba completamente correcto en este gran crucero, yo disfrutaba escuchar a grandes maestros y cantantes maravillosos todo el tiempo, rodeado de algunos buenos amigos.

Una noche, al acostarme, sentí que el barco empezó a inclinarse. Fue un balanceo suave, pero pronto el barco estaba sacudíendose y saltando como un pez que necesita aire. La gente fue echada de sus camas, y empezaron a trepar hacia la cubierta. ¿Nos estábamos hundiendo?

Tambaleé como un borracho las gradas arriba, y vi un panorama inimaginable. La cubierta se sacudía violentamente, y todo lo que no estaba amarrado, se sacudía también. Las crestas de las olas arrastraban piezas de equipaje y objetos de lujo, y los tiraron por la borda. Parecía que el barco iba a hacerse pedazos. Y a través del salpicar de la espuma vi algo como otro barco: ¿un barco de piratas?

Fuimos abordados y vencidos. Sucedió tan rápidamente que casi no hubo resistencia. Algunos de las cubiertas superiores gritaron: "¡No pueden hacer esto! Nosotros somos los señores de este viaje." Y una figura velada, probablemente el capitán de la nave atacante, salió de la sombra y respondió sencillamente: "Entre ustedes no sea así, porque no hay más que un solo Señor."

Dentro de pocos minutos, muchos de los pasajeros y de la tripulación fueron atados con cadenas, por "no haber venido a bordo legalmente". Los demás de nosotros recibimos órdenes de ubicarnos en diferentes pisos. El barco entero se encontraba en un alboroto ordenado, mientras todos a bordo fueron asignados a un nuevo lugar. Un hombre llamado Sr.Profeta, que había estado en cadenas durante la mayor parte del viaje por haber "hablado motín" contra el capitán anterior, fue absuelto de manera sumaria, liberado, y puesto en la torre de vigilancia para ser el "ojo" del barco. En cambio, el capitán anterior fue destituido y, irónicamente, atado con las mismas cadenas del Sr.Profeta.

Una mujer llamada Sra.Intercesora, que había trabajado como sierva humilde en la cocina, fue enviada al hueco más profundo del barco. Me asombré de este castigo, y pregunté a uno de los soldados brillantes, por qué habían hecho esto. El sonrió y dijo: "Ella está cerca del corazón del Capitán, y necesita el silencio para estar a solas con él y escuchar su corazón claramente. Ella ha clamado durante años por ser liberada a este 'castigo'. Es un lugar de gran honor."

Otros intentaron usar su rango anterior para exigir una audiencia con el Capitán, pero él pasó por alto sus jactancias. En lugar de ello, parecía sentirse atraído hacia los humildes de corazón, y no tomó en cuenta el rango de nadie.

¡Los motores poderosos del barco fueron desmontados y tirados al olvido del mar como pesos inútiles y muertos! Un mástil fue levantado, y dentro de pocos momentos, la nave ya no era un barco a vapor que avanzaba por fuerza propia, sino un velero. Su vieja armería, firmemente cerrada, fue abierta nuevamente, y sus armas fueron montadas en sus lugares antiguos. El barco era nuevamente un barco de guerra. Muchos de los cantantes dejaron sus trabajos de entretenimiento y empezaron a ofrecer adoración en el barco de guerra. A los conferencistas fue dada la orden: "Dejen de hablar no más y enseñen con vuestro ejemplo. ¡A vuestros lugares de trabajo!"

Algunos que habían golpeado a otros pasajeros durante el viaje fueron públicamente humillados durante una rápida audiencia judicial. Aquellos que habían abusado a otros pasajeros, recibieron permiso de quedarse en el barco. Sorprendentemente, fueron tratados como invitados del Capitán; pero todo lo que tenían les fue quitado. Hubo una rápida redistribución de posesiones y de responsabilidades, mientras cada uno fue puesto a un lugar que ahora repentinamente parecía correcto. Ya no éramos divididos entre pasajeros y tripulación. Todos eran sencillamente miembros de tripulación, compañeros unidos bajo un solo Capitán.

El Capitán reunió a todos lo que estaban en el barco, y con una botella de vino nuevo en su mano, dijo brevemente: "¡Yo vengo a liberar, no a esclavizar! He venido a reclamar lo que es mío por derecho de nacimiento. He reconquistado este barco que los piratas me robaron. Ahora ya no se llama La Cristiandad. Le devuelvo su nombre verdadero, ¡el buen barco Salvación!"

El rompió el cuello de la botella de vino nuevo. "Todos los que quieren pueden venir a bordo libremente, porque el precio del viaje ya es pagado completamente. Zarpamos por el reino de mi Padre. ¡Rebeldes y amotinados, cuídense! El día de vuestra retribución se acerca rápidamente. ¡He aquí, yo vengo pronto!"

Aplausos subieron desde la tripulación, mientras las velas fueron izadas. Un viento repentino desde los cielos más profundos empezó a soplar, empujando el barco hacia una tierra que todavía no se podía ver. Lo último que pude ver, fue el Capitán verdadero detrás del timón, con su rostro alegre, pero firme como una piedra para el viaje venidero. Sentí que se acercaban aguas revueltas de tribulación, y supe que solamente con el verdadero Capitán en el timón íbamos a llegar a nuestro destino sanos y salvos.


El mundo después, o: La perfecta justicia de Dios

Esta noche tuve un sueño extraño. Soñé que el juicio final ya había pasado, y me encontré en la nueva creación de Dios. Aunque yo era cristiano, yo había temblado ante el Juez Supremo. Me había recordado de cada pecado que alguna vez cometí, de cada palabra que no fue sincera, de cada pensamiento codicioso ... ¡y El lo sabía todo! Pero cuan aliviado me sentí al escuchar finalmente el veredicto: "Mi Hijo ha intercedido con Su propia sangre derramada ante Mi trono por ti. Ya que has puesto tu confianza en El, y has crucificado con El esta vida pecaminosa, eres absuelto de los cargos en tu contra. Entra en el gozo de tu Señor."

Ahora me encontré en el maravilloso mundo de Dios. Yo conocía bien la descripción de este cielo nuevo y tierra nueva, de los últimos capítulos del libro de Apocalipsis. Pero la realidad era mucho más maravillosa, mucho más majestuosa y deslumbrante que toda descripción.

La casa que me dieron para vivir se parecía bastante a la casa donde había vivido durante una gran parte de mi vida en la tierra. Solamente que la asignación de las habitaciones había cambiado. Durante algún tiempo, mi esposa y yo habíamos hospedado en aquella casa a unos niños necesitados. Ahora, en la casa celestial, nos dieron las habitaciones que aquellos niños habían ocupado. Los niños en cambio - o sea, los que más tarde se habían convertido a Cristo y habían llegado también a la ciudad celestial - vivían en lo que correspondía a nuestro dormitorio en la casa terrenal.

Las paredes de la casa - como en todas las casas de la ciudad celestial - parecían transparentes, de manera que todas las personas que vivían en la casa parecían estar presentes todo el tiempo y nos podíamos comunicar libremente en cada instante - incluso con unos habitantes de casas vecinas. Y esta comunicación era mucho más intensiva y profunda que toda comunicación que habíamos conocido en la tierra. Parecía que incluso podíamos leer los pensamientos unos de los otros - aunque no fue exactamente así, pero nuestra comunicación llegó efectivamente al nivel más íntimo de nuestros sentimientos y pensamientos.
Cuando yo vivía todavía en la tierra, a veces me sentía bastante incómodo al imaginarme que alguien podría conocer todos mis pensamientos. Pero ahora, en el nuevo mundo de Dios, esto ya no tenía nada de incómodo. Por fin, todos estábamos lavados en la sangre de Cristo, nuestros pensamientos estaban de acuerdo con Su voluntad, y no existían malas intenciones contra nadie. Entonces era mas bien un alivio, ya no tener que usar tantas palabras inadecuadas para describir lo que sentimos y pensamos.

Lo más maravilloso fue que nuestro Padre celestial parecía vivir en esta misma casa, y que podíamos comunicarnos con El en cada instante de la misma manera profunda e inmediata como lo hacíamos entre nosotros. Sus infinitas riquezas de amor, sabiduría, dirección y consuelo estaban continuamente a nuestra disposición. Este amor fue aun más maravilloso, puesto que en todos nosotros estaban todavía muy presentes los recuerdos del juicio. El, el Juez Todopoderoso y justo, ni siquiera debería habernos recibido en este lugar, según la letra de la Ley. Pero El, en la persona de Su Hijo, se había entregado a sí mismo por nosotros, para así cumplir con la sentencia y redimirnos. Esa fue la demostración más clara de cuan genuino y profundo era Su amor por nosotros. Este amor nos llenó con una reverencia profunda. A menudo quisimos solamente adorarle, adorarle, adorarle ...

Por supuesto, sabíamos que el Padre estaba de la misma manera presente en todas las otras casas de la ciudad también. Sin embargo, a nosotros que vivíamos en la casa, nos parecía que El era nuestro Padre en un sentido muy especial.
Efectivamente, nos sentíamos como si por fin hubiéramos llegado a nuestro hogar verdadero. Aunque todos teníamos la apariencia de adultos - de una edad indeterminable -, nos sentíamos como niños. Éramos libres de los afanes y preocupaciones que habían dominado nuestras vidas en la tierra: por el dinero, por el trabajo, por la comida ... El Padre nos daba todo; ¿de qué preocuparse? Hubo momentos en los que el Padre nos dio a entender que podríamos haber vivido aun nuestras vidas en la tierra en esta misma libertad, si tan solamente hubiéramos confiado completamente en El. Entonces nos sentíamos un poco apenados por las oportunidades perdidas que surgían en nuestros recuerdos. Pero después nos consolábamos con que por fin habíamos llegado a este nuestro hogar de la confianza perfecta. De hecho, este era el lugar que siempre habíamos buscado mientras vivíamos en la tierra, aunque en aquel entonces no estábamos conscientes de ello.

Un día pregunté a uno de mis vecinos: "¿Y qué días van ustedes a la iglesia?" - "¿Cómo?", respondió él, riéndose. "¡si ya estás aquí! Nosotros somos la iglesia. ¿Adónde más quieres que vayamos?" - "¿Pero no tienen reuniones?" - "Pues, ahora mismo estamos nosotros reunidos, y el Padre está con nosotros. 'Donde dos o tres están reunidos en Mi nombre...' " - Me callé, porque ahora mi pregunta me parecía a mí mismo tan ridícula como a él. Me había olvidado dónde me encontraba.

Un día vi en la calle a un hombre pidiendo comida a la gente. Me sorprendí mucho de que aun en esta ciudad celestial hubiera mendigos. Le di algo de comer, y al mismo tiempo intenté averiguar acerca de las circunstancias de su vida. El dijo que no, en realidad él no era pobre ni preocupado, porque la gente siempre le daba suficiente comida. "Yo sé que el Padre provee por mí, y esta es la forma particular como El lo hace en mi caso. El me ha asignado este lugar porque no existe ningún servicio útil que yo podría hacer en esta ciudad." - "¿Ningún servicio útil? ¡Pero si todos somos creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas!" - "Mi error fue que no aprendí esto mientras vivía en la tierra. El Padre me había asignado un servicio, pero yo lo usé para servirme a mí mismo. Hice las obras que a mí me parecían buenas y que hacían crecer mi organización y que me hacían lucir bien ante la gente; y así me perdí las obras que el Padre había preparado para mí." - "Así que estás arrepentido..." - "Sí, pero agradecido de que el Padre en Su gracia me ha recibido en este lugar. Muchos de mis colegas ni siquiera han podido entrar a este mundo de Dios. Otros están trabajando aquí lustrando zapatos, limpiando las calles, o haciendo algún otro servicio útil y honrado para los santos. A mí no me alcanzó para eso, pero sé que estoy en el lugar exacto que el Padre me asignó en Su justicia perfecta, y lo recibo con gratitud."
Me costó un poco entender que aun en el cielo existían tales "diferencias sociales". (El lector debe recordar que no estuve allí en realidad, solamente lo estaba soñando, teniendo todavía mi mente terrenal). Pero después recordé que estaba escrito: "Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego." Y también: "Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo." - Y recordé también que ese mendigo celestial no estaba preocupado ni amargado. Al contrario, él estaba agradecido de que el Padre lo había recibido y lo sostenía.
Con el tiempo llegué a conocerle mejor. En su vida terrenal, él había sido pastor de una mega-iglesia. Su conversión y su llamado al servicio habían sido genuinos; pero después fue víctima de la seducción del poder, como tantos otros de sus colegas. Se había puesto como meta, tener la iglesia más grande de su ciudad. Después de muchos años de arduo trabajo, efectivamente lo logró. "Pero", dijo, "ahora entiendo que en realidad no me preocupaba mucho por la relación de mis miembros con el Padre. Si alguien había dicho su oración de entrega, se había bautizado y cumplía con las exigencias de la membresía en la congregación, yo me contentaba con eso. Y por supuesto, yo vivía una vida bien acomodada con los diezmos de ellos. Pero hasta ahora he encontrado a muy pocos miembros de aquella iglesia aquí - temo que la mayoría no haya logrado entrar." También confesó, que aunque él solía llamarse "siervo de Dios", la verdadera actitud de su corazón había sido que los miembros de la congregación estaban para servirle a él. "Mientras viví en la tierra, era muy fácil engañarme a mí mismo acerca de ello. Por fin, yo había juntado a miles de personas que confesaban a Jesucristo como su Señor y Salvador - ¿acaso no comprobaba eso que yo era un auténtico siervo del Señor? - Pero ahora que estoy aquí, ya no puedo engañarme a mí mismo; ahora conozco mi corazón. En realidad, ya en la tierra yo era un mendigo: yo mendigaba por el dinero y el reconocimiento de la gente." Y con lágrimas en los ojos añadió: "Yo no merezco estar aquí. Es solamente por la gracia de Dios; solo por la gracia de Dios ..."

Después de este encuentro me empezó a picar la curiosidad: Si los pastores más reconocidos en la tierra eran mendigos y lustrabotas aquí, ¿quiénes eran entonces las personas realmente importantes en la ciudad celestial? Empecé a buscarlos; pero no fue fácil. En esta ciudad no existían edificios especialmente lujosos que así se hubieran identificado como la vivienda de una persona importante. (Aunque por supuesto, todas las casas eran "lujosas" en el sentido de que eran construidas de manera perfecta.) Empecé a preguntar por los apóstoles de Jesús, porque ellos sin duda debían ser personas importantes. Pero nadie pudo decirme donde yo podía encontrarlos. La única información que pude conseguir fue esta: "Ellos estaban juzgando a las doce tribus de Israel. Ahora que terminó este deber, están descansando de sus obras."
Mi primer encuentro con una persona "importante" fue por pura casualidad. Vi a un gran número de personas salir por una de las puertas de la ciudad y les pregunté: "¿Adónde van?" - "Vamos a visitar a Federico. Siempre pasamos los mejores tiempos con él." - Les seguí afuera de la ciudad, hasta que llegaron a un bosque al borde del río del Agua de la Vida. Allí vivía Federico - él ni siquiera tenía casa. Pero para decir la verdad: su vivienda entre los árboles era más hermosa que la casa más lujosa. Su techo de hojas verdes lucía más espléndido que el estucado más elaborado. El pasto verde debajo de sus pies era más suave que una alfombra persa. El panorama de la maravillosa creación de Dios era mejor que los cuadros de los pintores más famosos. ¿Y para qué usar puertas y cerrojos, si en este lugar no existían ni ladrones, ni asaltantes, ni animales salvajes? Se notaba que Federico estaba más feliz en este lugar que en cualquier otro.
¿Y por qué la gente le buscaba? - Parecía que ellos simplemente disfrutaban de su compañía. El era su amigo, mostraba comprensión, hablaba de los asuntos del Padre. "Federico es un reflejo especial del rostro del Padre", dijo uno. Y el otro: "Disfrutamos más de la presencia del Padre cuando estamos donde Federico." Efectivamente, mi comunión con el Padre y mi comprensión de Sus palabras parecía intensificarse y profundizarse mientras me encontraba en este lugar.
En su vida terrenal, Federico había sido un predicador valdense del siglo XIV - uno de los muchos cuyos nombres no son mencionados en ningún libro de historia. Había viajado como comerciante por amplias partes de Francia, Italia y Austria, vendiendo sus mercaderías y a la vez ofreciendo el Evangelio a aquellos quienes parecían mostrar un interés genuino. Cada vez que hacía esto, arriesgaba su vida, porque nunca podía saber con certeza si su interlocutor estaba realmente interesado en su salvación eterna, o si se trataba de un denunciante que lo iba a traicionar ante las autoridades de la iglesia. Y así sucedió que por fin la inquisición lo encontró. Le aprisionaron, le torturaron terriblemente, y le condenaron a muerte como "hereje". Así trataba la iglesia de aquellos tiempos a los que anunciaban el Evangelio verdadero.

Con el tiempo llegué a conocer a otras "personas importantes". Vivían en toda clase de lugares, y llevaban vidas muy distintas unos de los otros; pero tenían una cosa en común: Parecían más "llenos" y más felices.

Aprendí que la "importancia" de una persona en el cielo no se medía con las mismas medidas como en la tierra. Nadie se distinguía por sus riquezas o posesiones, pues el Padre daba suficiente para todos; todos confiaban en Su perfecta provisión; y no existía codicia. Tampoco existían distinciones por "poder" o "autoridad": Puesto que no había crímenes ni pleitos, el gobierno perfecto del Padre era suficiente, y no había ninguna necesidad de gobernantes humanos.
Las personas "importantes", hasta donde pude ver, se distinguían en primer lugar por su buena fama. Ellos eran los hermanos más auténticos, y los más buscados por su compañía. - Pero más tarde me di cuenta de que ni aun ésta fue su distinción más importante. A ellos mismos les importaba muy poco lo que la gente hablaba de ellos, o si eran muchos o pocos quienes los buscaban. Lo verdaderamente importante era su cercanía con el Padre. Ellos eran las personas que disfrutaban de la comunión más cercana e íntima con el Padre. Y esto se notaba al estar en la presencia de ellos.

Al conocer la historia de algunos de ellos, entendí que todos ellos habían pasado por muchos sufrimientos mientras vivían en la tierra. Su amor por el Señor los había impulsado a rechazar riquezas y posiciones de influencia, y no pocos de ellos habían sido expulsados de las instituciones importantes de la sociedad y de la iglesia. Un buen número de ellos habían sufrido la muerte de mártires.
No todos ellos habían sido predicadores; al contrario: Muchos habían sido personas humildes que simplemente ayudaban a sus prójimos y daban testimonio de su fe. Cuando les preguntaba por la obra que realizaban en la tierra, decían: "No hice nada especial; en realidad hice muy poco. Solamente hice lo que el Señor me encargó. Ahora es mi felicidad seguir haciéndolo."

Un día me sorprendí mucho al encontrarme con un hombre que había sido expulsado de mi propia denominación por herejía y rebeldía, hace muchos años. Aquí, él era obviamente considerado una persona importante. Según me habían dicho en aquel entonces, él había visitado a los miembros de su iglesia puerta por puerta, para decirles que el juicio de Dios iba a caer sobre nuestra denominación. Me sentí un poco avergonzado al encontrarme con él; pero en las circunstancias del cielo no pude esconder lo que pensaba de él. "Y", respondió él, "¿por qué nunca me has buscado personalmente para preguntarme qué fue lo que realmente enseñé?" - "Porque fui enseñado que debo apartarme de los falsos maestros." - "Pues, esto fue lo que yo mismo hice. En mi iglesia se enseñaba que no era necesario arrepentirse del pecado para ser salvo. Entonces la iglesia se llenaba de toda clase de mentirosos, delincuentes, adúlteros... Yo sentía mucha pena y dolor por sus almas. Alguien tenía que advertirlos; pero nadie lo hizo, entonces tuve que hacerlo yo mismo. Puesto que no me permitían hablar en la iglesia, tuve que hacerlo en forma personal. Les leí Mateo 3:7-12, Mateo 4:17, Lucas 24:46-47 y Hechos 2:36-38, enfatizando cada vez la palabra 'arrepentimiento'. Esta fue toda mi herejía. No puedes confiar en todo lo que te dice un líder de iglesia."
Me callé, aun más avergonzado. Me acordé de lo que había pasado después: Su jefe, que era un miembro de la misma denominación, le había despedido de su trabajo. Su familia sufría mucho, pero nadie de la iglesia se interesaba por ayudarles. Su esposa no soportaba las tensiones y el rechazo que los "hermanos" les hacían sentir. Ella contrajo una enfermedad crónica y murió después de dos años. Después no supe más de él.
El, dándose cuenta de mis pensamientos, respondió: "No te preocupes, eso ya pasó. Ahora estoy más que recompensado, porque puedo ver todo el tiempo el rostro de mi Padre amado. Por causa del Señor me han vituperado y perseguido y han dicho toda clase de mal contra mí, mintiendo. Por eso soy bienaventurado, como dijo el Señor, y te aseguro que es verdad." - Después añadió: "Por todos los tiempos, desde el Señor y Sus apóstoles hasta los últimos testigos fieles que dieron sus vidas en la gran tribulación, los predicadores del Evangelio verdadero siempre fueron perseguidos por la iglesia oficial. ¿Por qué piensas que exactamente tu tiempo sea una excepción?"

Pero antes que pude responder, desperté. Entonces entendí que las cosas no son como parecen desde la óptica limitada de esta tierra.


La pequeña ovejita que oía al Pastor

Era una vez una pequeña ovejita que vivía junto con muchas otras ovejas en un rebaño grande. Las ovejas tenían un Buen Pastor, y dondequiera que el Pastor las guiaba, ellas le seguían.

Pero un día, las ovejas mayores decidieron que ahora ellas ya eran adultas y tenían que ayudar al Pastor a guiar el rebaño correctamente. Entonces comenzaron a reprender a la pequeña ovejita:
"¡Ten cuidado por donde caminas, acabas de ensuciarte tus patas traseras!"
"¡No sigas a las ovejas negras y marrones, éstas siempre están equivocadas!"
"¡No estás caminando en el mismo ritmo como nosotros, esto no le gusta al pastor!"

La pequeña ovejita seguía intentando escuchar la voz del Pastor para seguirle. Pero esto se hizo cada vez más difícil, porque las ovejas grandes hablaban cada vez más, e incluso comenzaron a empujar a la pequeña ovejita. Cuando ella decía: "Pero yo estoy escuchando al Pastor, ¡desde allí adelante nos está llamando!" - entonces las ovejas grandes solamente se reían. O decían: "¿ piensas haber escuchado al Pastor? Primeramente tienes que aprender a seguir a nosotros; por fin, nosotros conocemos al Pastor por más tiempo que tú. Y además - ¡otra vez no estás caminando en nuestro ritmo!"

Así que la pequeña ovejita se calló y ya no dijo nada. Pero la siguiente vez que ella perdió el ritmo de las otras ovejas, las ovejas grandes la empujaron con tanta fuerza que se cayó y se fracturó los tobillos.

Ahora, el Pastor empezó a ocuparse del asunto. El hizo parar a todas las ovejas y se acercó a la ovejita pequeña. Se sentó, tomó la ovejita en sus brazos y la acarició. A las ovejas grandes no les dijo ni una palabra.

Después de unas horas, las ovejas comenzaron a inquietarse y a preguntar al Pastor: "¿Cuándo seguiremos caminando?" - También la pequeña ovejita preguntó: "¿Cuándo seguiremos caminando?"
El Pastor la miró con mucha compasión y dijo: "Todavía no podemos seguir caminando; tú todavía no estás sana." - Así pasó el día, y la pequeña ovejita se dio cuenta de que esto era exactamente lo que siempre había deseado: estar muy, muy cerca del Pastor y quedarse por mucho, mucho tiempo en su calor y en su amor.

El día siguiente, las ovejas grandes se pusieron más impacientes y preguntaron cada rato: "¿Cuándo por fin seguiremos caminando? ¿Cuándo nos llevarás a la tierra hermosa que nos has prometido?"
Pero el Pastor respondió cada vez: "Todavía no podemos seguir caminando; mi pequeña ovejita todavía no está sana. Ella tiene que quedarse en mis brazos hasta que esté sana."

Esta parábola tiene varias terminaciones posibles. Estas son algunas de ellas:

1. Así que las ovejas se quedaron por muchos años en aquel lugar esperando. Y si por mientras no han aprendido la lección, todavía siguen allí.

2. Un día despertó la conciencia de una de las ovejas grandes, y ella supo que tenía que ir donde el Pastor. Todavía no se atrevió a ir, porque toda su valentía y su orgullo se habían desvanecido. Pero por fin se fue, se postró ante el Pastor y dijo: "Buen pastor, lo siento mucho que he empujado a la pequeña ovejita. Por favor perdóname." - El Pastor la miró con mucha misericordia y no dijo nada. El sabía que la oveja grande todavía no había soltado toda la carga de su conciencia. Y la oveja grande sabía que ahora tenía que dirigirse también a la pequeña ovejita: "Por favor perdóname que te he empujado. Y perdóname que he querido asumir el papel del pastor." Y la oveja grande comenzó a lamer tiernamente la herida de la ovejita pequeña. - "Sí, te perdono", dijo la ovejita pequeña con una voz débil. Después la oveja grande se dirigió otra vez al Pastor, pero esta vez las palabras le salían con mucha dificultad: "Yo ... yo he actuado injustamente. He actuado como si ... como si yo fuera tú. Reconozco que no soy ... no soy nada que ... una oveja común." - Ahora el Pastor le respondió: "Entonces sé nuevamente una oveja. Yo te perdono. Y yo quito de tus hombros la carga de pensar que tienes que ser pastor. Sé nuevamente una oveja con las otras ovejas." - "¡Gracias, gracias, Buen Pastor!" exclamó la oveja grande y corrió rápidamente a las otras ovejas: "¡Por favor escúchenme! Yo no soy vuestro pastor. Lo siento mucho que quise asumir el papel del Pastor. He lastimado a muchas de ustedes. Por favor perdónenme. Por favor permítanme nuevamente ser una simple oveja junto con ustedes." - Algunas de las otras ovejas miraron desconfiadas a la oveja grande. Pero la mayoría de ellas le perdonaron de corazón, al ver que sus palabras eran sinceras.
Pronto se arrepintieron también las otras ovejas grandes de lo que habían hecho. Pidieron perdón al Pastor y a las otras ovejas, y cambiaron su manera de vivir. Desde entonces, nunca más intentaron asumir el papel de pastor, y nunca más empujaron a las ovejas pequeñas. Y el Pastor dijo: "Ahora mi pequeña ovejita ha sanado. ¡Sigamos caminando!"

- Por supuesto que esta sería la mejor terminación de la historia. Pero desafortunadamente, esta variación casi nunca ocurre en la vida real de las ovejas. Mucho más frecuente es la siguiente variación:

3. Un día, las ovejas mayores se fueron juntas donde estaban el Pastor y la pequeña ovejita. Se pararon en fila ante la pequeña ovejita, y el carnero más gordo dijo con mucha seriedad: "En el consejo de las ovejas ancianas hemos decidido unánimemente, expulsarte de nuestro rebaño por causa de tu desobediencia y rebeldía. Por tu culpa no hemos avanzado ni un paso durante todo este tiempo. Te prohibimos seguir difundiendo tu doctrina, o seguir teniendo contacto con las ovejas de nuestro rebaño." - Con esto dieron media vuelta y se fueron. Al Pastor ni siquiera habían mirado.
Algún tiempo después vio la pequeña ovejita que una gran parte del rebaño continuó su camino, siguiendo al carnero más gordo. O sea, se fueron en la dirección donde el carnero gordo asumía que continuaba el camino. Solamente unos cuantos amigos de la pequeña ovejita, y algunas ovejas ancianas y débiles, se quedaron cerca del Pastor. Al alejarse, el carnero gordo echó una corta mirada atrás, y la pequeña ovejita pudo oir que dijo: "¡Quién hubiera pensado que esta ovejita terca hasta lograse dividir nuestro rebaño!"
Más tarde, también el Pastor continuó su camino, con las pocas ovejas que todavía le seguían. Después de una caminata larga y aventurosa llegaron por fin a la tierra hermosa que él les había prometido. Nunca llegaron a saber qué había pasado con las otras ovejas.



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