Hijos del Altísimo - http://www.altisimo.net -
En mi cuarta exposición, permítanme
dirigir vuestra atención al nexo entre calvinismo y ciencia.
No para agotar un tema de tanto peso en una sola exposición, por
supuesto. Solo cuatro puntos encomendaré a vuestra
consideración:
primero, que el calvinismo cultivó el amor a la
ciencia;
segundo, que restauró a la ciencia su dominio;
tercero, que liberó a la ciencia de ataduras no
naturales;
y cuarto, en qué manera buscó y encontró una solución
del inevitable conflicto científico.
El calvinismo cultivó al amor a la ciencia
Primero, entonces: Se encuentra en el calvinismo un impulso escondido, una inclinación, un incentivo, para la investigación científica. Es un hecho que la ciencia fue incentivada por ello, y su principio exige un espíritu científico. Una sola página gloriosa de la historia del calvinismo sea suficiente para comprobar el hecho, antes de entrar plenamente en la discusión del incentivo a la investigación científica que se encuentra en el calvinismo como tal. La página de la historia del calvinismo, o mejor dicho de la humanidad, sin igual en su belleza, a la cual me refiero, es el sitio de Leyden, hace más de trescientos años. El sitio de Leyden era de hecho una lucha entre Alva y el príncipe Guillermo sobre el rumbo futuro de la historia mundial; y el resultado fue que al fin Alva tuvo que retirarse, y que Guillermo el Silencioso fue capaz de enarbolar la bandera de la libertad sobre Europa. Leyden, defendida casi exclusivamente por sus propios habitantes, se enfrentó contra las mejores tropas de lo que era considerado el mejor ejército del mundo. Tres meses después de comenzar el sitio, se agotaron los alimentos. Los ciudadanos aparentemente vencidos lograron vivir de perros y ratas. A esta hambruna le siguió pronto la "muerte negra", la peste, que se llevó la tercera parte de los habitantes. Los españoles ofrecieron paz y perdón a la gente moribunda; pero Leyden, recordando la mala fe del enemigo en su trato con las ciudades de Naarden y Haarlem, respondieron audazmente y con orgullo: Si fuera necesario, somos dispuestos a comer nuestros brazos izquierdos y defender con nuestros brazos derechos a nuestras esposas, nuestra libertad y nuestra religión contra ti, oh tirano.
Así perseveraban. Ellos esperaban pacientemente la venida del Príncipe de Orange para levantar el sitio ... pero ..., el príncipe tuvo que esperar a Dios. Los diques de la provincia de Holanda habían sido cortados; la tierra alrededor de Leyden estaba inundada; una flota estaba lista para socorrer a Leyden, pero el viento empujó el agua hacia afuera y la flota no pudo entrar. Dios probó a su pueblo severamente. Por fin, el primero de octubre, el viento volteó al oeste, forzó las aguas hacia adentro, y la flota pudo alcanzar la ciudad sitiada. Entonces los españoles huyeron apresuradamente para escapar de la subida de las aguas. El 3 de octubre, la flota entró al puerto de Leyden, y al levantarse el sitio, Holanda y Europa estuvieron a salvo. Los habitantes, casi muertos de hambre, apenas pudieron arrastrase; pero todos cojearon como un solo hombre a la casa de oración. Allí cayeron sobre sus rodillas y dieron gracias a Dios. Pero cuando intentaron expresar su gratitud en salmos de alabanza, se quedaron sin voz, porque no les sobraban fuerzas, y las notas de su canto se desvanecieron en un llanto agradecido.
Esta es lo que llamo una página gloriosa en la historia de la libertad, escrita en sangre; y si Uds. me preguntan qué tiene esto que ver con ciencia, he aquí la respuesta: En reconocimiento de tal valentía patriótica, el Estado de Holanda otorgó a Leyden no unas condecoraciones, ni oro, ni honra, sino una escuela de ciencias - la Universidad de Leyden, con renombre en todo el mundo. Nadie excede a los alemanes en orgullo de su gloria científica; sin embargo, nadie menos que Niebuhr testificó "que la sala del senado de la Universidad de Leyden es el aula más memorable de la ciencia." Los mejores eruditos fueron convencidos a llenar sus cátedras. Uds. conocen a los Lipsii, los Hemsterhuizen, los Boerhaves. Uds. saben que en Holanda se inventaron el telescopio, el microscopio y el termómetro, y por tanto, la ciencia empírica, digna de su nombre, fue hecho posible. Es un hecho innegable que la Holanda calvinista amaba la ciencia y la cultivaba. La prueba más evidente es el establecimiento de la Universidad de Leyden. Recibir como recompensa suprema una Universidad de Ciencias, cuando en una lucha temerosa el rumbo de la historia mundial fue cambiado por tu heroísmo - esto es imaginable solo en una nación cuyo mismo principio de vida incluye el amor a la ciencia.
Y ahora trataré del principio mismo. No es suficiente haberse familiarizado con los hechos; tengo que demostrar también por qué el calvinismo no puede hacer otra cosa que incentivar el amor a la ciencia. Y no lo vean como algo extraño si señalo a la doctrina calvinista de la predestinación como el motivo más fuerte en estos días para la cultivación de la ciencia en un sentido superior. Pero para prevenir los malentendidos, déjenme explicar primero lo que significa el término "ciencia" aquí.
Estoy hablando de la ciencia humana como un entero; no lo que Uds. llaman "ciencias", o como lo expresa el francés "ciencias exactas". Especialmente, yo niego que el mero empirismo en sí mismo ya sea ciencia perfecta. Aun la investigación microscópica más minuciosa, la investigación telescópica de alcance más lejano, no es nada más que percepción con ojos reforzados. Esto se torna en ciencia cuando Ud. descubre, en los fenómenos específicos percibidos, una ley universal, y entonces llega al pensamiento que gobierna la constelación entera de fenómenos. De esta manera se originan las ciencias especiales; pero aun en ellas la mente humana no encuentra reposo. La materia de las diversas ciencias tiene que agruparse bajo una sola cabeza y llevarse bajo el gobierno de un solo principio por medio de la teoría o hipótesis; y finalmente la sistemática, la reina de las ciencias, sale de su tienda para tejer de todos los resultados diferentes una unidad entera orgánica. Es cierto que la palabra famosa de Dubois Raymond, Ignorabimus, ha sido usada por muchos para hacer aparentar que nuestra sed por la ciencia en su sentido supremo nunca sería satisfecha, y que el agnosticismo que pone una cortina delante del fondo y sobre los abismos de la vida, se satisface con el estudio de los fenómenos de las diferentes ciencias. Pero hace cierto tiempo, la mente humana empezó a tomar su venganza contra este vandalismo espiritual. No se puede suprimir la pregunta acerca del origen, la interconexión y el destino de todo lo que existe; y la victoria veloz con la cual la teoría de la evolución ocupó todas las esferas, en enemistad contra la Palabra de Dios, es una prueba de cuánto necesitamos esta unidad de una cosmovisión.
¿Cómo, entonces, podemos comprobar que el amor por la ciencia en este sentido superior, que apunta a la unidad en nuestro conocimiento del cosmos entero, es efectivamente asegurado mediante nuestra fe calvinista en la predestinación de Dios? Si Uds. quieren entender esto, entonces regresen de la predestinación hacia el decreto de Dios en general. La fe en la predestinación no es otra cosa que la penetración del decreto de Dios en nuestra vida personal; o, si Uds. prefieren, el heroísmo de aplicar la soberanía de la voluntad de Dios a nuestra propia existencia. Esto significa que no estamos satisfechos con una mera confesión en palabras, sino que estamos dispuestos a mantener nuestra confesión, tanto respecto a esta vida como a la vida por venir. Es una prueba de honestidad, firmeza y solidez en nuestras expresiones en cuanto a la unidad entre la voluntad de Dios y la certeza de sus operaciones. Pero cuando procedemos al decreto de Dios, ¿qué significa la predestinación de Dios, si no la certeza de que la existencia y el rumbo de todas las cosas, o sea, del cosmos entero, no son un juego de capricho y suerte, sino obedecen a una ley y un orden; y que existe una voluntad firme que lleva a cabo sus designios, tanto en la naturaleza como en la historia? ¿No están Uds. de acuerdo con que esto nos obliga a aceptar el concepto de una unidad que abarca todo, y de un solo principio que gobierna todo? Nos obliga a reconocer que existe algo que es general, escondido, y sin embargo se expresa en todo lo que es particular. Nos obliga a confesar que una estabilidad y regularidad gobierna sobre todo. Entonces Uds. reconocen que el cosmos no es un montón de piedras amontonadas, sino un edificio monumental, levantado según un estilo consecuente. Si abandonamos este punto de vista, entonces en cualquier momento es incierto qué va a suceder, qué rumbo tomarán las cosas, qué nos espera cada mañana y cada noche, a nosotros, nuestra familia, nuestro país, el mundo en general. La preocupación principal sería entonces la voluntad caprichosa del hombre. Cada persona podría entonces elegir y actuar en cierto momento de cierta manera, pero igualmente podría hacer exactamente lo contrario. No podríamos confiar en nada. No hubiera ninguna interconexión, ningún desarrollo, ninguna continuidad; una crónica, pero ninguna historia. Y ahora díganme, ¿qué sería de la ciencia bajo estas condiciones? Podríamos hablar todavía del estudio de la naturaleza, pero el estudio de la vida humana sería ambiguo e incierto. Solo podríamos acertar históricamente los hechos desnudos; la historia no tendría lugar para una interconexión y un plan. La historia moriría.
No quiero entrar ahora en una discusión sobre el libre albedrío del hombre; no tenemos tiempo para ello. Pero es un hecho que el desarrollo más avanzado de la ciencia en nuestra época ha decidido, casi unánimemente, en favor del calvinismo, respecto a la antítesis entre la unidad y estabilidad del decreto de Dios (lo que profesa el calvinismo), y la superficialidad y casualidad (que prefieren los arminianos). Los sistemas de los grandes filósofos modernos, casi todos, están a favor de la unidad y estabilidad. La "Historia de la civilización en Inglaterra", por Buckle, demostró el orden firme de las cosas con una fuerza asombrosa, casi matemática. Lombroso, y su entera escuela de criminalistas, también se mueven a lo largo de las líneas calvinistas. Y la última hipótesis, que las leyes de herencia y variación que controlan toda la organización de la naturaleza, no permiten ninguna excepción en el dominio de la vida humana, ya ha sido aceptada como "el credo común" por todos los evolucionistas. Aunque me abstengo por el momento de criticar estos sistemas filosóficos e hipótesis naturalistas, todos ellos demuestran que el desarrollo entero de la ciencia en nuestra época presupone un cosmos que no es preso de la casualidad, sino que existe y se desarrolla a base de un principio, según un orden firme, apuntando a un plan fijo. Este concepto es diametralmente opuesto al arminianismo, y en completa armonía con la fe calvinista de que hay una sola voluntad suprema en Dios, la causa de todas las cosas existentes, sujetándolas a ordenanzas fijas y dirigiéndolas hacia un plan preestablecido. Los calvinistas nunca pensaban que la idea del cosmos, en la predestinación de Dios, consistiría en un agregado de decretos sueltos; sino mantenían siempre que lo entero formaba un solo programa orgánico de la creación entera y de la historia entera. Y puesto que un calvinista considera que el decreto de Dios es el fundamento y origen de las leyes naturales, encuentra en ello también el fundamento firme y el origen de toda ley moral y espiritual. Ambas, la ley natural y la ley espiritual, forman juntas un solo orden supremo, que existe de acuerdo con el mandamiento de Dios y en el cual se cumplirá el consejo de Dios en la consumación de su plan eterno que abarca todo.
La fe en una tal unidad, estabilidad y orden de las cosas, personalmente, como predestinación, cosmicamente, como el decreto de Dios, no pudo hacer otra cosa que despertar e incentivar el amor a la ciencia. Sin una convicción profunda de esta unidad, estabilidad y orden, la ciencia no puede llegar más allá de meras conjeturas; y solo donde hay fe en la interconexión orgánica del universo, allí habrá también una posibilidad que la ciencia ascienda desde la investigación empírica de los fenómenos particulares a lo general, y de lo general a la ley que lo gobierna, y de la ley al principio que domina sobre todo. Recuerden que en aquellos días cuando el calvinismo se hizo por primera vez un camino en esta vida, el semipelagianismo había truncado esta convicción de unidad, estabilidad y orden, de manera que aún Tomás Aquinas perdió mucho de su influencia, mientras los escotistas, místicos y epicúreo competían unos con otros en sus esfuerzos de desviar la mente humana de su rumbo firme. Y quién no percibe el impulso completamente nuevo para emprender investigaciones científicas, que creció desde el calvinismo recién nacido, el cual sacó orden del caos, puso bajo disciplina el libertinaje espiritual, puso fin a este vacilar entre dos o más opiniones, y en vez de las neblinas nos mostró el cuadro de un río poderoso, que toma su rumbo por un lecho bien regulado hacia un océano que espera para recibirlo. El calvinismo pasó por muchas luchas feroces por causa de su adhesión al decreto de Dios. Vez tras vez parecía estar cerca a la destrucción. El calvinismo ha sido despreciado y calumniado por ello; y cuando rehusó excluir aun nuestras acciones pecaminosas del plan de Dios, para no romper en piezas otra vez el programa del orden del mundo, nuestros opositores se atrevieron a acusarnos de hacer de Dios el autor del pecado. Ellos no sabían lo que hicieron. En medio de mala fama y buena fama, el calvinismo mantuvo firmemente su confesión. No se permitió desviarse, ni por burla ni por desprecio, de la convicción firme de que nuestra vida entera tiene que estar bajo el gobierno de una unidad, solidez y orden, establecidos por Dios mismo. Por eso necesita una unidad de conceptos, firmeza del conocimiento, orden en su cosmovisión; y esto es lo que se practica entre nosotros, aun entre la gente común; y esta necesidad manifiesta es la razón por qué despertó la sed del conocimiento. Esto explica por qué encontramos en los escritos de aquellos días tanta determinación, tanta energía del pensamiento, una perspectiva tan abarcadora de la vida. Aun me atrevo a decir que en los recuerdos de las mujeres nobles de aquel siglo, y en la correspondencia de los no educados, se manifiesta una unidad de cosmovisión y percepción de la vida, que imprimió un sello científico sobre su existencia entera. Y junto con esto, ellos nunca favorecieron la primacía de la voluntad. Ellos exigieron, en su vida práctica, el freno de una conciencia limpia; y en esta conciencia, el liderazgo no se pudo conceder al humor o capricho, a la fantasía o la casualidad, sino solamente a la majestad del principio supremo, en el cual ellos encontraron la explicación de su existencia y al cual consagraron su vida entera.
El calvinismo restauró a la ciencia su dominio
Ahora dejo mi primer punto, que el calvinismo incentivó el amor a la ciencia, y procedo al segundo, que el calvinismo restauró para la ciencia su dominio. Con esto quiero decir que la ciencia cósmica se originó en el mundo grecorromano; que en la Edad Media el cosmos desapareció debajo del horizonte para dirigir la atención de todos hacia la vista distante de la vida futura; y que fue el calvinismo que, sin perder de la vista lo espiritual, llevó a una rehabilitación de las ciencias cósmicas. Si fuéramos obligados a elegir entre el buen gusto cósmico de Grecia con su ceguera para las cosas eternas, y la Edad Media con su ceguera para las cosas cósmicas, pero su amor místico por Cristo, entonces seguramente cada hijo de Dios se uniría con Bernardo de Clairvaux y con Tomás Aquinas, en lugar de Heraclito y Aristóteles. El peregrino que camina por el mundo sin preocuparse por su preservación y destino, nos presenta una figura más ideal que el griego mundano que buscaba religión en la adoración de Venus o de Baco, que se aduló a sí mismo en la veneración de los héroes, y que rebajó su honor varonil en la veneración de las prostitutas. De ninguna manera estoy sobreestimando el mundo clásico. Pero con todo esto, aseguro que el único Aristóteles sabía más acerca del cosmos que todos los padres de la iglesia juntos; que bajo el dominio del islam florecía una ciencia cósmica mejor que en las escuelas de las catedrales y los monasterios de Europa; que el redescubrimiento de los escritos de Aristóteles fue el primer incentivo a estudiar; y que solo el calvinismo, por medio de su principio dominante que nos insta siempre a regresar desde la cruz a la creación, y por medio de su doctrina de la gracia común, abrió nuevamente para la ciencia el campo amplio del cosmos, ahora iluminado por el Sol de Justicia, de quien las Escrituras testifican que en Él están escondidos todos los tesoros de sabiduría y conocimiento. Entonces nos detendremos aquí, para considerar primero este principio general del calvinismo, y después la doctrina de la gracia común.
Todos están de acuerdo con que la religión cristiana es substancialmente soteriológica. ¿Qué tengo que hacer para ser salvo?, fue por todas las épocas la pregunta del buscador ansioso, que requiere una respuesta por encima de todo lo demás. Esta pregunta no es entendible para aquellos que no quieren considerar el tiempo a la luz de la eternidad, y que están acostumbrados a pensar de esta tierra sin conexión orgánica y moral alguna con la vida de por venir. Pero naturalmente, donde aparecen dos elementos, como en este caso el pecador y el santo, lo temporal y lo eterno, la vida terrenal y la vida celestial, allí hay siempre un peligro de perder de la vista la interconexión entre ellos, y de falsificar a ambos por error o parcialidad. El cristianismo no escapó de este error. Un concepto dualista de la regeneración rompió entre la vida de la naturaleza y la vida de la gracia. Por su contemplación demasiado intensa de las cosas celestiales, descuidó el mundo de la creación de Dios. Por su amor exclusivo de las cosas eternas, se atrasó en el cumplimiento de sus deberes temporales. Descuidó el cuerpo porque cuidó demasiado del alma. Y este concepto unilateral ha llevado a más que una secta a una adoración mística de Cristo solo, excluyendo a Dios el Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Cristo fue percibido exclusivamente como el Salvador, y su significado cosmológico se perdió de la vista.
Este dualismo, sin embargo, no encuentra ningún apoyo en la Sagrada Escritura. Cuando Juan describe al Salvador, nos dice primero que Cristo es "el Verbo eterno, por quien todas las cosas son hechas, y quien es la vida de los hombres". Pablo también testifica que "todas las cosas fueron creadas por Cristo y subsisten por Él"; y además, que la obra de redención no es limitada a la salvación de pecadores individuales, sino que se extiende a la redención del mundo, y a la reunión orgánica de todas las cosas en el cielo y en la tierra bajo Cristo, su cabeza original. Cristo mismo habla no solamente de la regeneración de la tierra, sino de una regeneración del cosmos (Mateo 19:28). Pablo declara: "La creación entera suspira, esperando la manifestación de la gloria de los hijos de Dios." Y cuando Juan en Patmos escuchaba los himnos de los querubines y de los redimidos, toda honra, alabanza y gratitud se dio a Dios, "quien creó el cielo y la tierra." El Apocalipsis regresa al punto de partida de Génesis 1:1 - "En el principio, Dios creó el cielo y la tierra." En acuerdo con ello, el resultado final del futuro como las Escrituras lo presentan, no es una existencia meramente espiritual de almas salvadas, sino la restauración del cosmos entero, cuando Dios será todo en todos bajo el cielo renovado en la tierra renovada. Ahora este significado amplio, cósmico, todo abarcador del Evangelio fue captado nuevamente por Calvino; captado como el resultado no de un proceso dialéctico, sino de la impresión profunda de la majestad de Dios, que había moldeada su vida personal.
Por cierto, nuestra salvación es de un peso substancial; pero no se puede comparar con el peso mucho más grande de la gloria de Dios, quien reveló Su majestad en Su creación maravillosa. Esta creación es obra de Sus manos, y al ser manchada por el pecado, se abrió el camino para una revelación todavía más gloriosa en su restauración; pero la restauración es siempre la salvación de lo que fue creado primero, la justificación de la obra original de nuestro Dios. Los hombres y los ángeles alabarán siempre a Cristo como mediador; pero aun esta obra como mediador tiene como fin la gloria del Padre; y no importa cuan grande será el esplendor del reino de Cristo, Él lo entregará finalmente a Dios el Padre. Él sigue siendo nuestro abogado ante el Padre; pero la hora llegará cuando Su intercesión por nosotros acabará, porque conoceremos en aquel día al Padre que nos ama. Por tanto, el calvinismo pone fin al desprecio por el mundo, la negligencia de lo temporal y la subestimación de las cosas cósmicas. La vida cósmica recibió nuevamente su valor, no a expensas de las cosas eternas, sino por virtud de su calidad como obra de las manos de Dios y como revelación de los atributos de Dios.
Dos hechos sean suficientes para impresionarles con la verdad de esto. Durante la plaga terrible que una vez devastó a Milán, el amor heroico del cardenal Borromeo brilló en sus ministraciones a los moribundos; pero durante la plaga que atormentó a Ginebra en el siglo XVI, Calvino actuó mejor y más sabiamente, porque no solamente se preocupó constantemente por las necesidades espirituales de los enfermos, sino al mismo tiempo introdujo medidas higiénicas que lograron detener la plaga. - El segundo hecho que quiero mencionar es no menos notable. El predicador calvinista Pedro Plancio de Amsterdam era un predicador elocuente, un pastor sin igual en su consagración a su obra, sobre todo en la lucha eclesiástica de sus días; pero al mismo tiempo era el oráculo de los dueños y capitanes de embarcaciones, por causa de sus conocimientos geográficos extensos. La investigación de las líneas de longitud y latitud del globo terráqueo, en su entendimiento, era uno con la investigación de lo ancho y lo largo del amor de Cristo. El se vio a sí mismo puesto ante dos obras de Dios, una en la creación, la otra en Cristo, y en ambas él adoraba esta majestad del Dios Todopoderoso, que transportó su alma al éxtasis. En esta luz, merece atención que nuestras mejores Declaraciones de Fe calvinistas hablan de dos medios por los cuales conocemos a Dios, las Escrituras y la naturaleza. Y es aun más notable que Calvino, en lugar de tratar la naturaleza como un asunto marginal como tantos teólogos lo hacían, comparó las Escrituras con un par de lentes, que nos capacitan para descifrar nuevamente los pensamientos divinos, escritos por la mano de Dios en el libro de la naturaleza, que había sido distorsionado a consecuencia de la maldición. Entonces desapareció toda posibilidad de pensar que aquel que se ocupaba con la naturaleza, desperdiciaría sus capacidades en la búsqueda de cosas vanas. Al contrario, se percibía que por causa de Dios, no debemos retirar nuestra atención del estudio de la naturaleza y de la creación; el estudio del cuerpo ganó nuevamente su lugar de honor al lado del estudio del alma; y la organización social de la humanidad en la tierra fue nuevamente considerada digna de ser objeto de la ciencia, al igual que la congregación de los santos perfectos en el cielo. Esto explica también la relación cercana entre calvinismo y humanismo. En cuanto el humanismo intentó sustituir la vida eterna con la vida en este mundo, cada calvinista se opuso al humanista. Pero en cuanto el humanista se contentó con pedir un reconocimiento apropiado de la vida secular, el calvinista era su aliado.
Ahora procederé a considerar la doctrina de la "gracia común", este resultado natural del principio general que acabo de presentarles, pero en su aplicación especial al pecado, comprendido como la corrupción de nuestra naturaleza. El pecado nos enfrenta con un enigma insoluble. Si consideramos el pecado como un veneno mortal, la enemistad contra Dios, que lleva a la condenación eterna, y si representamos al pecador como siendo "completamente incapaz de hacer algo bueno, e inclinado a todo lo malo", y por tanto solo se puede salvar si Dios, en la regeneración, cambia su corazón; entonces parece que necesariamente todos los incrédulos deberían ser personas malvadas y repulsivas. Pero esto es muy lejos de nuestra experiencia en la vida real. Al contrario, el mundo incrédulo sobresale en muchos aspectos. Tesoros preciosos nos han llegado desde la antigua civilización pagana. Y si consideramos nuestro propio alrededor, mucho nos atrae, con mucho simpatizamos y mucho admiramos en los estudios y las producciones literarias de infieles profesos. No es exclusivamente el genio o el talento que excita nuestro placer en las palabras y acciones de incrédulos, sino a menudo es la belleza de su carácter, su celo, su devoción, su amor, su fidelidad y su sentido de honestidad. Y con no poca frecuencia deseamos que ciertos creyentes tengan más de esta atractividad; ¿y quién entre nosotros no se ruborizó alguna vez al verse confrontado con "las virtudes de los paganos"?
Es entonces un hecho que nuestra enseñanza de la corrupción total por el pecado no encaja siempre en nuestra experiencia diaria. Pero si ahora corremos en la dirección opuesta y nos basamos solo en estas experiencias, no olvidemos que toda nuestra confesión cristiana se viene abajo; porque entonces consideraríamos la naturaleza humana como buena y no corrompida; los criminales malvados merecerían nuestra compasión por estar éticamente enfermos; la regeneración no sería necesaria en absoluto para vivir de manera honorable; y nuestra imaginación de una gracia superior sería nada más que jugar con una medicina ineficaz. - Algunos se salvan de esta posición incómoda al hablar de las virtudes de los incrédulos como "vicios espléndidos", y por el otro lado, al culpar al "viejo Adán" de los pecados de los creyentes; pero Uds. sentirán por Uds. mismos que este es un subterfugio que no se puede tomar en serio.
Roma intentó encontrar un camino de escape mejor, en su doctrina de las pura naturalia. Los romanistas enseñaron que existían dos esferas de vida, la esfera terrenal o meramente humana aquí abajo, y la esfera celestial, más alta, que ofrecía gozo celestial en la visión de Dios. Según esta teoría, Adán estaba bien preparado por Dios para ambas esferas. Para la esfera de la vida común, por medio de la naturaleza que Él le dio, y para la esfera extra-común, por medio del don sobrenatural de la justicia original. En la caída perdió esta última, pero no la primera. Su equipamiento natural para la vida terrenal quedó casi sin impacto. La naturaleza humana fue debilitada, pero mantuvo su integridad. Esto les explica por qué el hombre caído sobresale a menudo en el orden natural de la vida, que es meramente humano. Este sistema intenta reconciliar la doctrina de la caída con el estado real de las cosas alrededor de nosotros, y la entera religión católica romana es fundada sobre esta antropología notable. Solo dos cosas son erróneas en este sistema: Por un lado, le hace falta el concepto escritural profundo del pecado; y por el otro lado, lleva a una subestimación de la naturaleza humana. Este es el dualismo falso, el cual señalé en una exposición previa, en el carnaval. En este tiempo, se disfruta plenamente del mundo; pero después del carnaval, para salvar el ideal, sigue por corto tiempo una elevación espiritual en las esferas superiores de la vida. Por esta razón, el clero que rompe los lazos terrenales en el celibato, tiene un rango superior a los laicos; y otra vez, el monje que se aleja también de las posesiones terrenales y sacrifica su propia voluntad, se encuentra en un nivel superior al clero. Y finalmente la perfección más alta la alcanza el ermitaño que sube a su columna y se separa de todo lo terrenal, o el penitente silencioso que se hace encerrar en los muros de su cueva subterránea. Horizontalmente, si puedo usar esta expresión, el mismo pensamiento se expresa en la separación entre suelo sagrado y secular. Todo lo que no se encuentra bajo el cuidado de la iglesia, se desprecia como algo de carácter inferior, y el exorcismo en el bautismo nos dice que estas cosas inferiores realmente son pecaminosas. Ahora, es evidente que un tal punto de vista no invitó a los cristianos a estudiar las cosas terrenales. Solo un estudio de la esfera superior de las cosas celestiales pudo atraer a aquellos que bajo esta bandera guardaban su ideal.
El calvinismo se opuso por principio a este concepto de la condición moral del hombre caído. Por un lado, tomó el concepto del pecado en el sentido más absoluto; y por el otro lado, explicó aquello que es bueno en el hombre caído, por medio de la doctrina de la gracia común. El pecado, según el calvinismo y en acuerdo con las Sagradas Escrituras, el pecado sin freno ni traba, hubiera llevado a una degeneración total de la vida humana, como podemos deducir de lo que se vio en los días antes del diluvio. Pero Dios detuvo el pecado, para impedir la aniquilación completa de la obra de Sus manos que hubiera seguido naturalmente. Él interfirió en la vida del individuo, en la vida de la humanidad entera, y en la vida de la naturaleza misma, por Su gracia común. Esta gracia, sin embargo, no mata el núcleo del pecado, ni salva para la vida eterna, sino detiene el ejercicio completo del pecado, igual como el entendimiento humano detiene la furia de las bestias salvajes. El hombre puede impedir que la bestia haga daño: 1ro encerrándola en una jaula, 2do sujetándola a su voluntad al domarla, y 3ro puede hacerla atractiva al domesticarla, p.ej. al transformar el perro y el gato salvajes en animales domésticos. De una manera parecida, Dios por Su "gracia común" refrena la operación del pecado en el hombre, en parte rompiendo su poder, en parte domando su espíritu maligno, y en parte domesticando su nación o su familia. Así, la gracia común trajo el resultado de que un pecador no regenerado puede atraernos con muchos rasgos amables y llenos de energía, igual como nuestros animales domésticos, pero a manera de seres humanos. La naturaleza del pecado sin embargo permanece tan venenosa como era siempre. Esto lo vemos en el gato que cuando se lo regresa al bosque, vuelve a su primer estado salvaje después de dos generaciones. Una experiencia similar se hizo con la naturaleza humana, ahora mismo, en Armenia y en Cuba. Si leemos sobre la masacre de San Bartolomeo, podemos atribuir estos horrores al estado inferior de la cultura en aquellos días; pero he aquí nuestro siglo XIX sobrepasó esos horrores con las masacres en Armenia. Y aquel que leyó una descripción de las crueldades que los españoles del siglo XVI cometieron en Holanda contra ancianos, mujeres y niños indefensos, y después escuchó las noticias de lo que ahora sucedió en Cuba, tiene que reconocer que lo que fue una desgracia en el siglo XVI, se repitió en el siglo XIX. Donde lo malo no aparece en la superficie, o no se manifiesta en toda su maldad, lo debemos únicamente a Dios quien con Su gracia común impide que el fuego humeando estalle en llamas. Y si Ud. se pregunta como es posible que de esta manera de lo malo refrenado pueda surgir algo que nos atrae e interesa, tome como ilustración la balsa. Este bote es arrastrado por la corriente que lo llevaría rápidamente hacia abajo y lo arruinaría; pero con la ayuda de la cadena a la cual es atado, el bote llega salvo y seguro a la otra ribera, empujado por la misma fuerza que de otra manera lo hubiera destruido. De esta manera, Dios refrena lo malo, y es Él quien hace surgir lo bueno de lo malo. Por mientras, nosotros los calvinistas no dejamos de acusar nuestra naturaleza pecaminosa, pero alabamos y damos gracias a Dios por hacerlo posible que los hombres vivan juntos en una sociedad bien ordenada, y por refrenarnos personalmente de pecados horribles. Más aun, le damos gracias por traer a la luz todos los talentos escondidos en nuestra raza, por desarrollar en un proceso regular la historia de la humanidad, y por asegurar con la misma gracia para Su iglesia en la tierra un lugar donde pise la planta de su pie.
Esta confesión pone al cristiano en una posición muy diferente frente a la vida. Pues en su perspectiva, no solo la iglesia, sino también el mundo pertenece a Dios, y en ambos hay que investigar la obra maestra del Arquitecto y Artesano supremo.
Un calvinista que busca a Dios, no piensa ni por un momento limitarse a la teología y la contemplación, dejando las otras ciencias en las manos de los incrédulos; sino al contrario, considerándolo su tarea reconocer a Dios en todas sus obras, es consciente de su llamado de escudriñar con toda la energía de su intelecto tanto las cosas terrenales como las celestiales; de traer a la luz tanto el orden de la creación, como la gracia común del Dios al cual adora, en la naturaleza y sus maravillas, en la producción de la industria humana, en la vida de la humanidad, en la sociología y en la historia de la raza humana. Así Uds. se dan cuenta de como esta doctrina de la gracia común removió de una vez la prohibición que había cubierto la vida secular, aun con el peligro de estar muy cerca de un amor unilateral por estos estudios seculares.
Ahora se entendió que fue la gracia común de Dios que produjo en la antigua Grecia y Roma los tesoros de luz filosófica, y nos abrió los tesoros de artes y de justicia que encendieron el amor a los estudios clásicos, para renovarnos el beneficio de una herencia tan espléndida. Ahora se vio claramente que la historia de la humanidad no es solo un espectáculo de pasiones crueles, sino un proceso coherente con la Cruz en su centro; un proceso en el cual cada nación tiene su tarea especial, y el conocimiento del cual puede ser una fuente de bendición para todo pueblo. Se entendió que la ciencia de la política y de la economía política merecía la atención cuidadosa de los eruditos. Sí, se entendió que no hay nada en la naturaleza, ni en la misma vida humana, que no se presentaba como un objeto digno de ser investigado, para echar nueva luz sobre la gloria del cosmos entero en sus fenómenos visibles y sus operaciones invisibles. Y si con un punto de vista diferente, el progreso de conocimiento científico llevó muchas veces al orgullo y al alejamiento de Dios; en el calvinismo aun el investigador más profundo nunca dejó de reconocerse a sí mismo como un pecador culpable ante Dios, y de atribuir solo a la misericordia de Dios su entendimiento espléndido de las cosas del mundo.
El calvinismo liberó la ciencia de las ataduras no naturales
Después de haber comprobado que el calvinismo incentivó el amor a la ciencia y restauró a la ciencia su dominio, ahora en tercer lugar demostraré en qué manera promovió su libertad indispensable. La libertad es para la ciencia genuina lo que es para nosotros el aire que respiramos. Esto no significa que la ciencia sea completamente suelta en el uso de su libertad y que no necesite obedecer a ninguna ley. Al contrario, un pez en tierra seca es completamente libre, o sea para morir y perecer; mientras un pez que realmente quiere ser libre para vivir y prosperar, tiene que ser enteramente rodeado por el agua y guiado por sus aletas. De la misma manera, toda ciencia tiene que mantener la conexión más cercana con su materia, y tiene que obedecer estrictamente las exigencias de su propio método; y solo cuando es atada por este doble lazo, puede avanzar libremente. Pues la libertad de la ciencia no consiste en libertinaje o iniquidad, sino en ser liberado de todos los lazos no naturales, no naturales porque no son arraigados en su principio vital. Ahora, para entender completamente la posición de Calvino, debemos abstenernos de todo concepto equivocado acerca de la vida universitaria en la Edad Media. No se conocían universidades estatales en aquellos días. Las universidades eran corporaciones libres, y de esta manera eran prototipos de la mayoría de las universidades americanas. La opinión general en aquellos días era que la ciencia llamó en existencia una respublica litterarum, "una confederación de eruditos", que tenía que vivir de su propio capital intelectual o morir por falta de talento y energía. La amenaza contra la libertad de la ciencia, en aquellos días, no vino de parte del Estado, sino de un lugar muy diferente. Por siglos, se conocían solo dos poderes dominantes en la vida de la humanidad: la iglesia y el estado. La dicotomía de cuerpo y alma se reflejaba en esa cosmovisión. La iglesia era el alma, el estado el cuerpo, y un tercer poder era desconocido. La vida de la iglesia se centraba en el papa, mientras la vida política de las naciones tuvo su punto de unión en el emperador. El esfuerzo de resolver este dualismo en una unidad superior encendió las llamas de la lucha feroz por la supremacía de la corona imperial o la tiara papal. Desde entonces, sin embargo, la ciencia se interpuso entre ellos como un tercer poder, gracias al renacimiento. Antes que terminara el siglo XIII, la ciencia encontró en la vida universitaria una incorporación propia, y reclamó una existencia independiente del papa y del emperador.
La única pregunta que quedaba era si este nuevo poder también iba a crear un centro jerárquico que se iba a manifestar como un tercer gran potentado al lado del papa y del emperador.
Al contrario, el carácter republicano de la universidad demandaba que se dejaran de un lado todas las aspiraciones monárquicas. Pero era igualmente natural que el papa y el césar, que habían repartido entre ellos el dominio entero de la vida, miraran con sospechas el crecimiento de un tercer poder independiente, y que intentaran todo para sujetar las universidades a su reinado. Si todas las universidades existentes hubieran asumido una posición firme, un tal plan nunca hubiera tenido éxito. Pero como sucede a menudo entre corporaciones libres, la competencia indujo al más débil a buscar apoyo desde afuera, y así se dirigieron al Vaticano por ayuda. Esto obligó a las universidades más fuertes a seguirles, y pronto todos codiciaban el favor del papa, para asegurarse privilegios especiales. Allí encontramos el mal fundamental. De esta manera, la ciencia entregó su carácter independiente. No se tomó en cuenta que la recepción y reflexión intelectual de nuestra conciencia del cosmos, en lo cual consiste toda ciencia, forma una esfera enteramente distinta de la iglesia. Ahora, la Reforma enfrentó este mal, y el calvinismo en especial lo dominó. Lo dominó formalmente porque la misma iglesia abandonó la jerarquía monárquica, y se introdujo una organización republicana y federal bajo la autoridad monárquica de Cristo. Una cabeza espiritual de la iglesia, que hubiera tenido la tarea de gobernar sobre las universidades, ya no existía para los calvinistas. Los luteranos tenían una tal cabeza visible en la persona del gobernador político, al cual honraban como "primer obispo"; pero no así los calvinistas que mantenían la iglesia y el estado separados como dos esferas distintas de la vida. Un doctorado, en su sistema, no podía recibir su significado de la opinión pública, ni del consentimiento papal, ni de una ordenanza eclesiástica, sino solamente del carácter científico de la institución.
A esto tenemos que añadir un segundo punto. Aparte del auspicio papal sobre la universidad como tal, la iglesia ejercía presión sobre la ciencia al agredir, acusar y perseguir a los innovadores, a raíz de sus opiniones expresadas y escritos publicados. Roma se oponía a la libertad de la palabra, no solo en la iglesia, sino también más allá de sus fronteras. Solo la "verdad", no el error, tenía el derecho de propagarse en la sociedad; y la verdad no vencía al error en un conflicto honesto, sino lo traía ante la justicia. Esto inhibía la libertad de la ciencia, porque sometía los asuntos científicos, cuando no podían resolverse por la jurisdicción eclesiástica, al juicio de la corte civil. Aquel que temía los conflictos, se callaba o se sometía a las circunstancias; y aquel que heroicamente se enfrentaba con la oposición, fue castigado y le cortaban sus alas; y si intentaba sin embargo volar con las alas cortadas, le ahogaban. Si alguien publicaba un libro que expresaba unas opiniones demasiado valientes, le consideraban un criminal, y tuvo que enfrentarse con la inquisición y el patíbulo. No se conocía el derecho de la investigación libre. La iglesia de aquellos tiempos creía firmemente que todo lo que era digno de ser sabido, ya se sabía, y no tenía idea de la tarea inmensa que todavía le esperaba a la ciencia, ni de la "lucha por sobrevivir" que seguiría al cumplimiento de esta tarea. La iglesia era incapaz de discernir en el amanecer de la ciencia una mañana rosada que anunciaba la salida de un nuevo sol, sino veía en su brillo más bien las chispas que amenazaban con incendiar el mundo; y por tanto se sentía justificada y obligada a extinguir estas llamas dondequiera que salían. Si retrocedemos en nuestra imaginación a aquellos tiempos, podemos entender esta posición, pero no sin condenar firmemente el principio subyacente, porque hubiera ahogado la ciencia naciente en su misma cuna. Pero el calvinismo fue el primero en abandonar esta posición perniciosa; teóricamente con su descubrimiento de la esfera de la gracia común, y pronto también prácticamente al ofrecer un puerto seguro para todos los que en otro lugar pasaban por tormentas. Es cierto, como siempre en estos casos, que el calvinismo no entendió desde el inicio el alcance pleno de su oposición. En sus inicios dejó intacto el deber de extirpar el error; pero la idea invencible que con el tiempo tuvo que llevar a la libertad de la palabra, encontró su expresión en el principio de que la iglesia tiene que retirarse al dominio de la gracia particular, y más allá de su gobierno se encuentra el dominio amplio y libre de la gracia común. Como resultado, los castigos de la ley penal fueron gradualmente reducidos a una letra muerta. Para mencionar un solo caso, Descartes, quien tuvo que salir de la Francia católico romana, encontró en la Holanda calvinista no solo a un antagonista científico, Voetio, sino también un asilo seguro.
A esto tengo que añadir que para que florezca la ciencia, hay que crear también una demanda de ciencia, y para este fin, la mente pública tiene que ser liberada. Pero mientras la iglesia extendía su velo sobre todo el drama de la vida pública, la atadura continuaba, porque el único fin de la vida consistía en merecer el cielo, y en disfrutar del mundo solo hasta donde la iglesia lo consideraba consistente con este fin. Desde este punto de vista, era inimaginable que alguien iba a dedicarse con simpatía y con el amor de un investigador al estudio de nuestra existencia terrenal. El amor buscador de todos estaba dirigido hacia la vida eterna, y no percibían que el cristianismo, aparte de su anhelo de la salvación eterna, tiene también en esta tierra por comisión divina una gran tarea a cumplir respecto al cosmos. Este nuevo concepto fue primeramente introducido por el calvinismo, cuando cortó hasta la raíz esta idea de que la vida en la tierra era solo destinada a merecer la bienaventuranza del cielo. Esta bienaventuranza, para todo calvinista verdadero, surge de la regeneración, y es sellada por la perseverancia de los santos. Cuando de esta manera la certeza de la fe sustituyó el tráfico de indulgencias, el calvinismo llamó a la cristiandad de regreso al orden de la creación: "Llenen la tierra, sométanla, y tengan dominio sobre todo lo que vive en ella." - La vida cristiana no perdió su carácter de un peregrinaje; pero el calvinista se convirtió en un peregrino que en su camino hacia el hogar eterno todavía tiene que cumplir una tarea importante en la tierra. El cosmos, en toda la riqueza de la naturaleza, estaba extendido delante, debajo y por encima del hombre. Este campo ilimitado tenía que ser trabajado. A este trabajo se dedicó el calvinista con entusiasmo y energía. Pues la tierra con todo lo que está en ella, según la voluntad de Dios, tenía que ser sometida al hombre. Así florecieron en aquellos días, en mi patria, la agricultura y la industria, el comercio y la navegación, como nunca antes. Esta vida nacional recién nacida despertó nuevas necesidades. Para someterse la tierra, el conocimiento de la tierra era indispensable, el conocimiento de sus océanos, de su naturaleza, y de los atributos y las leyes de esta naturaleza. Y así sucedió que la misma gente, que hasta entonces no había apoyado la ciencia, con una nueva energía repentinamente la llamaron a la acción y la animaron a avanzar con un sentido de libertad que antes no se conocía.
Y ahora llego a mi último punto, que la emancipación de la ciencia tiene que llevar inevitablemente a un conflicto agudo de principios, y que también para este conflicto solo el calvinismo ofreció la pronta solución. Uds. entienden cual es el conflicto que tengo en mente. La investigación libre lleva a colisiones. Uno dibuja las líneas en el mapa de la vida de manera diferente de su prójimo. De allí resultan escuelas y tendencias. Optimistas y pesimistas. Una escuela de Kant y otra de Hegel. Entre abogados, los deterministas se oponen a los moralistas. Entre los médicos, los homeópatas se oponen a los alópatas. Los plutonistas y neptunistas, darwinistas y anti-darwinistas competen unos con otros en las ciencias naturales. Guillermo de Humboldt, Jacob Grimm y Max Mueller forman diferentes escuelas en el dominio de la lingüística. Los formalistas y los realistas se disputan en la filología clásica. En todo lugar hay competencia, conflicto, lucha; a veces vehemente y audaz, y a menudo mezclado con una aspereza personal. Sin embargo, estos conflictos subordinados son enteramente desplazados por el conflicto principal, que en todos los países confunde las mentes, el conflicto poderoso entre aquellos que se adhieren a la confesión del Dios Triuno y Su Palabra, y aquellos que buscan la solución del problema mundial en el deísmo, panteísmo y naturalismo.
Noten que no estoy hablando de un conflicto entre fe y ciencia. Un tal conflicto no existe. Toda ciencia, en cierto grado parte de la fe; y por el otro lado, la fe que no lleva a la ciencia, es una fe mal entendida o superstición, pero no es fe genuina. Toda ciencia presupone la fe en uno mismo, en nuestra conciencia de nosotros mismos; presupone fe en la función adecuada de nuestros sentidos; presupone fe en la exactitud de las leyes del pensamiento; presupone fe en algo universal que está escondido detrás de los fenómenos particulares; presupone fe en la vida; y especialmente presupone fe en los principios desde los cuales procedemos. Esto significa que todos estos axiomas indispensables que necesitamos en una investigación científica productiva, no nos llegan por medio de una demostración, sino están establecidos en nuestro propio juicio por nuestros conceptos internos, y dados con nuestra conciencia de nosotros mismos. Por el otro lado, todo tipo de fe tiene dentro de sí un impulso de expresarse. Para hacer esto, necesita palabras, términos, expresiones. Estas palabras tienen que manifestar pensamientos. Estos pensamientos tienen que ser interconectados, no solo entre ellos, sino también con nuestro medio ambiente, con el tiempo y la eternidad; y entonces, tan pronto como la fe brilla en nuestra conciencia, necesita ciencia y demostración. De allí concluimos que el conflicto no es entre fe y ciencia, sino entre la declaración de que el cosmos, tal como existe hoy, o está en una condición normal o en una condición anormal. Si es normal, entonces se mueve por medio de una evolución eterna desde sus potencias hacia su ideal. Pero si el cosmos en su condición presente es anormal, entonces un disturbio ha sucedido en el pasado, y solo un poder regenerador puede asegurarle que alcance su meta. Esta, y no otra, es la antítesis principal que separa las mentes en el dominio de la ciencia en dos líneas de batalla opuestas.
Los normalistas se niegan a reconocer otros datos aparte de los naturales, no descansan hasta que hayan encontrado una interpretación idéntica para todos los fenómenos, y se oponen con todo vigor a cualquier intento de quebrantar las inferencias lógicas de causa y efecto. Por tanto, ellos también honran la fe en un sentido formal, pero solo hasta donde permanece en armonía con la conciencia humana en general, que es considerada como normal. Materialmente, sin embargo, rechazan la misma idea de la creación, y solo pueden aceptar la evolución - una evolución sin un punto de partida en el pasado, y eternamente evolviéndose en el futuro hasta lo infinito. Según ellos, ninguna especie, ni siquiera el homo sapiens, se originó como tal, sino se desarrolló dentro de la naturaleza desde formas inferiores de vida. Especialmente ningún milagro puede suceder, sino la ley natural domina inexorablemente. Ningún pecado existe, sino solamente la evolución desde una posición moralmente inferior a una superior. Si siquiera toleran las Sagradas Escrituras, lo hacen bajo la condición de que se omitan todas aquellas partes que no se pueden explicar lógicamente como un producto humano. A un Cristo aceptan, si es necesario, pero solo a uno que es el producto del desarrollo humano de Israel. Y en la misma manera aceptan a un Dios, o mejor dicho un Ser Supremo, pero a la manera de los agnósticos, uno escondido detrás del universo visible, o de manera panteísta escondido en todas las cosas que existen, y entendido como el reflejo ideal de la mente humana.
Los anormalistas, por el otro lado, hacen justicia a una evolución relativa, pero se adhieren a la creación primordial en contra de una evolución infinita. Se oponen a la posición de los normalistas con toda su fuerza; mantienen inexorablemente el concepto del hombre como una especie independiente, porque en él solo se refleja la imagen de Dios; ellos entienden el pecado como la destrucción de nuestra naturaleza original, y por tanto como rebelión contra Dios; y por esta causa, ellos postulan que lo milagroso es la única manera de restaurar lo anormal; el milagro de la regeneración, el milagro de las Escrituras, el milagro en Cristo que descendió como Dios con Su propia vida a la nuestra; y así, debido a esta regeneración de lo anormal, encuentran la norma ideal no en lo natural sino en el Dios Triuno.
Por tanto, no son la fe y la ciencia que se oponen, sino dos sistemas científicos, de los cuales cada uno tiene su propia fe. Ni podemos decir que es la ciencia que se opone a la teología, puesto que tratamos con dos formas absolutas de ciencia, de las cuales ambas reclaman el dominio entero de conocimiento humano para sí, y de las cuales ambas tienen una sugerencia particular acerca del Ser Supremo como punto de partida para su cosmovisión. Tanto el panteísmo como el deísmo es un sistema acerca de Dios, y sin reserva la entera teología moderna tiene su hogar en la ciencia de los normalistas. Y finalmente, estos dos sistemas científicos de los normalistas y los anormalistas no son opositores relativos, caminando juntos hasta medio camino y después pacíficamente permitiendo que escojan caminos diferentes; no, los dos se disputan seriamente el dominio entero de la vida, y no pueden dejar de esforzarse constantemente a tirar abajo el entero edificio de los postulados de sus opositores respectivos, incluso los fundamentos sobre los cuales descansan estos postulados. Si no intentaran hacer esto, entonces demostrarían en ambos lados que no creen honestamente en su punto de partida, que no eran combatientes serios, y que no entendieron la exigencia primordial de la ciencia, que exige una unidad del concepto.
Un normalista que retiene en su sistema aun la más menuda posibilidad de una creación, de una imagen específica de Dios en el hombre, del pecado como caída, de Cristo en cuanto transciende lo humano, de una regeneración diferente de la evolución, de las Escrituras como verdaderas palabras de Dios - este es un erudito ambivalente y traiciona el nombre de científico. Pero, por el otro lado, el que como anormalista transforma la creación hasta cierta medida en evolución, que ve en algún animal el origen del hombre, que abandona la creación del hombre en justicia original, y que intenta explicar la regeneración, Cristo, y las Escrituras como resultado de causas meramente humanas, en lugar de adherirse con toda su energía a la causa divina como dominante, este tiene que ser igualmente expulsado de nuestras filas como un hombre ambivalente y no científico. Lo normal y lo anormal son dos puntos de partida absolutamente diferentes, que no tienen nada en común. Líneas paralelas nunca se cruzan. Tenemos que escoger o la una o la otra. Pero cualquiera que escoja Ud, lo que Ud. sea como hombre científico, Ud. tiene que serlo de manera consistente, no solo en la facultad de teología, sino en todas las facultades; en su cosmovisión entera, en el reflejo pleno del cuadro mundial entero en el espejo de su conciencia humana.
Cronológicamente, es cierto, nosotros los anormalistas hemos sido los protagonistas por muchos siglos, casi nunca desafiados, mientras nuestros opositores tuvieron apenas una oportunidad para contradecir nuestros principios. Con la caída de la antigua cosmovisión pagana, y el surgimiento de la cosmovisión cristiana, pronto era la convicción general entre todos los estudiosos que todo fue creado por Dios, que las especies de seres vivos fueron traídos en existencia por actos creativos especiales, y que entre estas especies el hombre fue creado como portador de la imagen de Dios en justicia original; además, que la armonía original fue quebrantada por el pecado; y que, para restaurar este estado anormal a su condición original, Dios introdujo las medidas anormales de regeneración, de Cristo como mediador, y de las Sagradas Escrituras. Por supuesto, en todas las épocas hubo burladores que se reían de estos hechos, y gente indiferente que no se interesaba en ello; pero durante diez siglos eran muy pocos que se opusieron científicamente a esta convicción universal. El renacimiento, sin duda, favoreció una tendencia infiel que fue sentida incluso en el Vaticano. También el humanismo creó un entusiasmo por ideales grecorromanos. Pero aun por siglos después, la gran mayoría de los filólogos, abogados, físicos y médicos dejaron estos fundamentos de la antigua convicción sin tocarlos. Fue durante el siglo XVIII que la oposición salió de su margen y asumió una posición en el centro; y fue la nueva filosofía que por primera vez declaró de manera general que los principios de la cosmovisión cristiana eran insostenibles. De esta manera, los normalistas se hicieron conscientes de su oposición fundamental. Antes de este tiempo, cualquier posición que reaccionaba en contra de la convicción prevaleciente, se había desarrollado en un sistema filosófico particular. Pero aunque estos sistemas divergían entre sí, todos estaban de acuerdo en su negación de lo anormal. Después que estos sistemas se aseguraron el apoyo de los líderes, las otras ciencias siguieron, e inmediatamente introdujeron la nueva hipótesis de un proceso normal infinito como punto de partida de sus investigaciones en el derecho, la medicina, las ciencias naturales y la historia.
Entonces, por un momento, la opinión pública se asustó repentinamente; pero puesto que la mayoría de la gente no tenía fe personal, no vacilaron por mucho tiempo. Dentro de cuarto siglo, la cosmovisión de los normalistas había literalmente conquistada el mundo en su centro de liderazgo. Y solo aquellos que seguían el principio anormalista a raíz de su fe personal, se negaron a cantar este cántico del "pensamiento moderno". Ellos, en el primer instante, se inclinaron a maldecir toda ciencia y a retirarse en el misticismo. Aunque por un tiempo los teólogos intentaron defender su causa de manera apologética, su defensa era comparable a un hombre que intenta ajustar el marco chueco de una ventana, sin darse cuenta de que toda la casa se está cayendo al suelo.
Por esta razón, los teólogos más capaces, especialmente los alemanes, se imaginaron que lo mejor sería valerse ellos mismos de uno de estos sistemas filosóficos para sostener el cristianismo. El primer resultado era la así llamada teología intermediaria, que más y más se volvía más pobre en su parte teológica y más rica en su parte filosófica, hasta que al final la teología moderna levantó su cabeza y buscó su gloria en el intento de limpiar la teología de su carácter anormal, de tal manera que Cristo fue transformado en un hombre, nacido como nosotros nacemos, que ni siquiera era libre de pecado; y las Sagradas Escrituras fueron transformadas en una colección de escritos mayormente seudepigráficos y de toda manera posible llenos de mitos, leyendas y fábulas. Se cumplió literalmente el cántico del salmista: "Ya no vemos nuestras señales; ellos levantaron sus insignias como señales." Cada señal de lo anormal, incluso Cristo y las Escrituras, fue desarraigada, y la señal del proceso normal fue abrazada como el único criterio de la verdad. En este resultado, yo repito, no hay nada que debe sorprendernos. Aquel que considera su ser interior y el mundo alrededor como normal, no puede hablar de otra manera, no puede llegar a un resultado diferente, y no sería sincero como científico si representase las cosas en una luz diferente. Por tanto, desde un punto de vista moral (y no pensando ahora en la responsabilidad de un tal hombre en el juicio de Dios), no se puede decir nada en contra de su punto de vista personal, con tal que en consecuencia tenga la valentía de abandonar voluntariamente la iglesia cristiana en todas sus denominaciones.
Si este es el carácter del conflicto agudo e inevitable, entonces he aquí la posición inconquistable que el calvinismo nos señala en esta lucha. No se mantiene ocupado con apologías inútiles; no convierte la gran batalla en una escaramuza acerca de uno de los resultados menores, sino vuelve inmediatamente a la conciencia humana desde la cual cada científico tiene que partir como su conciencia. Esta conciencia, justamente por causa del estado anormal de las cosas, no es la misma en todos. Si la condición normal de las cosas no hubiera sido quebrantada, la conciencia emitiría el mismo sonido en todos; pero de hecho este no es el caso. En algunos, la conciencia del pecado es muy fuerte, en otros es débil o completamente ausente. En algunos, la certeza de la fe habla con decisión y claridad como resultado de la regeneración, otros ni siquiera comprenden lo que es. En algunos, el Testimonium Spiritus Sancti resuena a voz alta, mientras otros declaran que nunca escucharon su testimonio. Ahora, estos tres, la conciencia del pecado, la certeza de la fe y el testimonio del Espíritu Santo, son elementos constituyentes en la conciencia de cada calvinista. Sin estos tres, no tiene conciencia de sí mismo. El normalista desaprueba esto, y por tanto intenta imponernos su conciencia, y exige que nuestra conciencia sea idéntica a la suya. Desde su punto de vista, no se podría esperar otra cosa. Pues si él admitiese que existe una diferencia verdadera entre su conciencia y la nuestra, entonces hubiera admitido una ruptura en la condición normal de las cosas. Nosotros, al contrario, no exigimos que nuestra conciencia se encuentre igualmente en él. Es cierto, Calvino mantiene que en el corazón de cada persona se encuentra una "semilla religiosa" escondida (semen religionis), y que el "sentido de Dios" (sensus divinitatis), en momentos de estrés mental intenso, hace temblar el alma; pero igualmente enseña que la conciencia humana en un creyente y en un incrédulo no pueden ponerse de acuerdo, sino que el desacuerdo es inevitable. Aquel que no ha nacido de nuevo, no puede tener un conocimiento substancial del pecado, y el inconverso no puede tener la certeza de la fe; el que no tiene el testimonio del Espíritu Santo, no puede creer en las Sagradas Escrituras, y todo esto en acuerdo con el dicho de Cristo mismo: "Excepto que un hombre nazca de nuevo, no puede ver el reino de Dios", y también en acuerdo con el dicho del apóstol: "El hombre natural no recibe las cosas del Espíritu de Dios". Calvino, sin embargo, no excusa por eso a los incrédulos. El día llegará cuando serán convencidos en su propia conciencia. Pero en cuanto a la condición presente de las cosas, por supuesto, tenemos que admitir dos tipos de conciencia humana: la del regenerado y la del no regenerado; y estas dos no pueden ser idénticas. En la una se encuentra lo que falta en la otra. Una es inconsciente de una ruptura y se adhiere a lo normal; la otra tiene la experiencia de una ruptura y de un cambio, y por tanto tiene en su conciencia el conocimiento de lo anormal. Si es cierto, entonces, que la conciencia de una persona es su primum verum, y que es entonces el punto de partida también para cada científico, entonces la conclusión lógica es que es imposible que los dos estén de acuerdo, y que cada intento de ponerlos de acuerdo tiene que fracasar. Ambos, como hombres honestos, se sentirán obligados a levantar un edificio científico para el cosmos entero, de una manera que esté en armonía con los datos fundamentales que les da su propia conciencia.
Uds. se dan cuenta de cuan radical y fundamental es esta solución calvinista del problema que nos confunde. La ciencia no se subestima ni se pone de un lado, al contrario, se postula la ciencia para el cosmos entero y para todas sus partes. Se exige que vuestra ciencia tiene que formar una unidad completa. Y la diferencia entre la ciencia de los normalistas y de los anormalistas no se basa en ninguna diferencia en los resultados de investigación, sino en la diferencia innegable entre sus conciencias. La ciencia libre es la fortaleza que defendemos contra el ataque de su gemela tiránica. El normalista intenta violarnos incluso en nuestra propia conciencia. Él nos dice que nuestra conciencia tiene que ser uniforme con la suya, y que todo lo demás que encontramos en nuestra conciencia tiene que ser condenado como un engaño de nosotros mismos. En otras palabras, el normalista quiere arrebatarnos esta misma cosa que en nuestra conciencia es el don supremo y más sagrado, por el cual un río continuo de gratitud sube de nuestros corazones hacia Dios. Lo que para nosotros es más precioso y cierto que nuestra vida, él lo llama una mentira en nuestras propias almas. Nuestra conciencia de fe, y la indignación de nuestro corazón, se levantan contra todo esto. Nos contentamos con el destino de ser marginados y oprimidos en el mundo, pero no permitimos que alguien nos someta a su dictadura en el santuario de nuestro corazón. No atacamos la libertad del normalista de construir una ciencia desde las premisas de su propia conciencia; pero es nuestro derecho y nuestra libertad de hacer lo mismo, y esto lo defendemos, si es necesario, a cualquier precio.
Las frentes están intercambiadas ahora. Hace no mucho tiempo, se consideraban las posiciones principales del anormalismo como axiomas para todas las ciencias en casi todas las universidades, y los pocos normalistas que se opusieron a este principio, tenían dificultades de encontrar una cátedra. Primero eran perseguidos, después prohibidos por la ley, después a lo máximo tolerados. Pero en el presente, ellos son los dueños de la situación, controlan toda la influencia, llenan noventa por ciento de todas las cátedras universitarias; y el resultado es que el anormalista que ha sido expulsado de la casa oficial, está ahora obligado a buscar un lugar donde poner su cabeza. Anteriormente, nosotros les señalamos la puerta; pero ahora, este ataque contra su libertad es vengado por el juicio justo de Dios, con que ellos nos echan a la calle. Ahora es la gran pregunta, si la valentía, la perseverancia, la energía, que les permitieron ganar su causa, se encontrarán ahora igualmente o aún más en los eruditos cristianos. ¡Que Dios lo conceda! Ud. no puede ni pensar en privar a aquel cuya conciencia difiere de Ud, de la libertad del pensamiento, de la palabra y de la prensa. Es inevitable que ellos, desde su punto de vista, tiren abajo todo lo que es sagrado en la estimación de Ud. Pero en lugar de aliviar nuestra conciencia científica en quejas y protestas, o en sentimientos místicos, o en trabajos que no requieren una confesión de fe; en lugar de ello, cada erudito cristiano debe tomar la energía de nuestros antagonistas como un incentivo para regresar también a sus propios principios de pensamiento, para renovar toda investigación científica de acuerdo con estos principios, y para cargar y sobrecargar la prensa con sus estudios convincentes. Si quisiéramos consolarnos con la idea de que podríamos sin peligro dejar las ciencias seculares en las manos de nuestros opositores, si tan solamente logramos salvar la teología, entonces nuestra táctica sería la del avestruz. Limitarnos a salvar el aposento alto, cuando la casa entera está en llamas, es realmente necio. Calvino, hace mucho tiempo, lo sabía mejor, cuando exigió una filosofía cristiana. Por fin, cada facultad, y en estas facultades cada ciencia, es conectada con esta antítesis de principios. No debemos buscar nuestra seguridad en cerrar los ojos ante la condición presente de las cosas, como tantos cristianos se lo imaginan. Todo lo que los astrónomos, geólogos, físicos, químicos, zoólogos, bacteriólogos, historiadores o arqueólogos traen a la luz, debemos anotarlo, desconectarlo de las hipótesis que ellos escondieron detrás de ello y de las conclusiones que sacaron de ello; pero cada hecho y dato debemos anotar como un hecho, e incorporarlo tanto en nuestra ciencia como en la de ellos.
Para que esto sea posible, sin embargo, la vida universitaria tiene pasar por un cambio radical, igual como en los tiempos cuando el calvinismo empezó su carrera. Últimamente, los universitarios en todo el mundo asumen que la ciencia surgió de una sola conciencia humana homogénea, y que solo los conocimientos y la habilidad determinan si alguien merece una cátedra universitaria o no. Nadie piensa hoy como Guillermo el Silencioso, cuando fundó la Universidad de Leyden en contra de aquella de Louvain, pensando en dos líneas de universidades, opuestas una a la otra a raíz de una diferencia radical en sus principios. Desde entonces, el conflicto entre los normalistas y anormalistas estalló con toda fuerza, y se sintió nuevamente por ambos lados la necesidad de una división en la vida universitaria. Los primeros en pensar así eran (estoy hablando solamente de Europa) los mismos normalistas incrédulos, cuando fundaron la Universidad Libre de Bruselas. Anteriormente, en el mismo país de Bélgica, la universidad católico romana de Louvain fue fundada en oposición contra las universidades neutrales de Liege y Gent. En Suiza, una universidad surgió en Friburgo, como manifestación del principio católico romano. En Gran Bretaña, se sigue el mismo principio en Dublin. En Francia, las facultades católico romanas se oponen a las facultades estatales. Y también en Holanda, Amsterdam vio el nacimiento de la Universidad Libre, para la cultivación de las ciencias sobre la base del principio calvinista.
Si ahora, según las exigencias del calvinismo, la iglesia y el estado retiran no sus donaciones, pero su autoridad, de la vida universitaria, para que la universidad eche raíz y florezca en su propio suelo, entonces la división que ya empezó se cumplirá por sí misma, y se verá que solamente una separación pacífica de los seguidores de principios antitéticos traerá progreso - un progreso honesto - y un entendimiento mutuo. La historia es nuestro testigo. Primero, los emperadores romanos intentaron realizar su idea equivocada de un único Estado, pero su monarquía universal tuvo que dividirse en una multitud de naciones independientes para desarrollar los poderes políticos de Europa. Después de la caída del Imperio Romano, Europa fue seducida por la idea de una sola iglesia mundial, hasta que la Reforma despejó esta ilusión, abriendo el camino para un desarrollo superior de la vida cristiana. En la idea de una sola ciencia, todavía se mantiene la vieja maldición de la uniformidad. Pero también de ello se puede profetizar que los días de su unidad artificial son contados, que se dividirá, y que en este dominio por lo menos el principio católico romano, el principio calvinista y el principio evolucionista harán surgir esferas distintas de la vida científica, que florecerán en una multiformidad de universidades. Necesitamos sistemas en la ciencia, coherencia en la instrucción, unidad en la educación. Solo aquello es realmente libre, que se mantiene estrictamente atado a su propio principio, mientras se libera de todos los lazos no naturales. El resultado final será que la libertad de la ciencia triunfará la final; primero al garantizar a cada cosmovisión importante el poder para cosechar una cosecha científica basada en su propio principio; y segundo, al rehusar el nombre de científico a cualquier investigador que no se atreva a mostrar los colores de su propia bandera, y que no nos muestre en su escudo el principio por el cual vive y del cual deriva sus conclusiones.
Preguntas de
estudio:
1. ¿Qué tiene que ver la predestinación de Dios con
la ciencia?
2. ¿Por qué es bíblico investigar este mundo temporal, y no
solamente las cosas eternas?
(Nota: Kuyper menciona por lo menos dos principios teológicos
que apoyan este punto de vista.)
3. ¿Cuál es la conexión entre la Reforma, la libertad de la
conciencia, y la ciencia?
4. ¿Qué dice Kuyper acerca de la posibilidad de un conflicto
entre ciencia y fe?
5. ¿Qué entiende Kuyper con "normalistas" y
"anormalistas"?
6. ¿Qué dice acerca del origen de la "teología
moderna"?
7. ¿Cuál es la respuesta calvinista al "conflicto
científico"?
8. ¿Cuál es la tarea de los científicos cristianos en esta
situación?
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